viernes, 25 de mayo de 2012

La patria es la infancia


EN LA RUTA

Andábamos por la ruta en plena noche, y el frío se colaba por los agujeros del suelo. Papá manejaba mirando fijo el camino, y cuando se producía un silencio muy largo, me pedía que le diera charla para no dormirse. Yo cumplía lo mejor posible, aunque sabía que los temas de conversación de un chico son aburridos para los adultos. Por eso más que nada le pedía que me contase historias de antes, de cuando era joven y vivían con mamá en una cocina y un baño, como solía decir él, en los tiempos en que yo no había nacido.
Esa noche me contó del día en que casi le pega a tío Esteban, todo porque el tío había sacado no sé bien qué cosas del negocio sin pedir permiso. Aquella vez papá se había enojado mucho, y en sus palabras el tío había querido cagarlo, ni más ni menos. De hecho, le hubiera pegado si no fuese por tía Maruca, que los separó y los hizo entrar en razón. La verdad era que el tío se lo merecía, pero también era cierto que pegándole papá no iba a arreglar nada, y que mamá hubiera hecho un escándalo de aquellos.
Me gusta hacer los viajes de noche con papá. Hace poco aprendí a cebar mate y entonces le cebo mientras andamos, y aunque a veces vuelco un poco de agua o de yerba papá me dice que está bien, que el tapizado igual está viejo y va a haber que cambiarlo. Cuando no estoy cebando ni estamos charlando me entretengo mirando las luces a los costados de la ruta, que pasan como si fueran estrellas fugaces, y parece que se movieran. Y si es una parte donde no hay luces y está oscuro, igual me quedo mirando el campo a los costados y las sombras de los árboles que se ven a lo lejos. A veces incluso me imagino a mí mismo ahí afuera, solo metido en medio de los pastos altos hasta que me da un miedo terrible, y entonces trato de pensar en otra cosa o de decirle algo a papá para distraerme.
De todas formas, lo más lindo de viajar es ver los animales por la ventana, que casi siempre están juntos y comiendo el pasto. Papá dice que a veces se pierden y se cruzan en la ruta, y entonces es peligroso para todos porque si los chocás se pueden morir, e incluso puede que nosotros también.
Hace poco, cuando murió el abuelo, mamá vino y me dijo que él estaba bien, que se había ido al cielo y que si algún día le quería decir algo, podía decírselo a ella para que se lo cuente. Por ahora no le dije nada, la verdad es que no estoy seguro de qué decirle, ni tampoco de cómo hace ella para hablar con él. Lo que sí hago a veces es mirar para arriba y pensar dónde estará en medio de todo ese cielo, que aunque parece que está cerca, ya aprendí que está lejísimo. 

domingo, 20 de mayo de 2012

Puntos cardinales



"En cinco veces dispersas llegué hasta el deseado  puente del Monte del Oso, donde la ruta 6 traza un arco desde Nueva Inglaterra. Empezó a llover a mares en cuanto me dejaron allí. Era un sitio montañoso. La ruta 6 cruzaba el río, torcía y trazaba un círculo, y desaparecía en la espesura. Además de no haber tráfico, la lluvia caía a cántaros y no había sitio dónde protegerme. Tuve que correr bajo unos pinos para taparme; no sirvió de nada; me puse a gritar y a maldecir y golpearme la cabeza por haber sido tan idiota. Estaba sesenta y cinco kilómetros al norte de Nueva York; todo el camino había estado preocupado por eso: el gran día de estreno sólo me había desplazado hacia el Norte en lugar del ansiado Oeste. Ahora estaba colgado en mi extremo Norte. Corrí medio kilómetro hasta una estación de servicio de hermoso estilo inglés que estaba abandonada y me metí bajo los aleros que chorreaban. Allí arriba, sobre mi cabeza, el enorme y peludo Monte del Oso soltaba rayos y truenos que me hacían temer a Dios. Todo lo que veía eran árboles a través de la niebla y una lúgubre espesura que se alzaba hasta los cielos.
- ¿Qué coño estoy haciendo aquí? - grité, y pensé en Chicago.- Ahora allí estarán pasándoselo muy bien haciendo de todo y yo estoy aquí... ¡Quiero llegar ya!
Seguí con cosas así hasta que por fin se detuvo un coche en la vacía estación de servicio; el hombre y las dos mujeres que lo ocupaban querían consultar un mapa. Me puse delante gesticulando bajo la lluvia; hablaron entre sí; yo parecía un maniático, claro, con el pelo todo mojado, los zapatos empapados. Mis zapatos, soy un maldito idiota, eran huaraches mexicanos, de suela de esparto, lo menos adecuado para una noche lluviosa en América y la dura noche en la carretera. Pero me dejaron entrar y volvimos a Newburgh, cosa que acepté como alternativa preferible a quedar atrapado en la espesura del Monte del Oso toda la noche.
- Además -dijo el hombre-, casi no circula nadie por la 6. Si quiere ir a Chicago lo mejor es que coja el Túnel Holland en Nueva York y se dirija a Pittsburg.
Me di cuenta de que tenía razón. Era mi sueño que se jodía, aquella estúpida idea provinciana de que sería maravilloso seguir una gran línea roja que atravesaba América en lugar de probar por distintas carreteras y rutas.
En Newburgh había dejado de llover. Bajé caminando hasta el río y tuve que volver a Nueva York en un autobús con un grupo de maestros de escuela que regresaban de pasar un fin de semana en las montañas. Bla, bla, bla y yo soltando tacos por todo el tiempo y dinero que había malgastado, y diciéndome que quería ir al Oeste y aquí estaba tras pasar el día entero y parte de la noche subiendo y bajando, hacia el Norte y hacia el Sur, como si fuera algo que no podía empezar a hacer. Y me prometí estar en Chicago el día siguiente, y para estar seguro de ello cogí un autobús hasta Chicago, gastando gran parte de mi dinero, y no me importó nada, sólo quería estar en Chicago al día siguiente."

Jack  Kerouac, On the road.

domingo, 6 de mayo de 2012

Oquedades


Que la poesía me salve

Le pido a la poesía
un último favor
que se apiade de mí
que sea mi Dios mi guía

que de la confusión me rescate
y sin pedir más que manos
más que ojos
me desate me desnude

y abrazándome me entienda
y arrullándome me abrace…

Y así, suavemente
me quite las espinas
los abrojos de mis brazos
las marañas de mi voz

que se ahoga y no grita
que aunque quiere, no dice
y en silencio sólo pide
que la poesía me salve.

Hoy

Hoy me resigno al mundo
y resignándome lo rechazo
y rechazándolo lo ignoro
me es indiferente

Hoy podrían pegarme hasta el cansancio
que no lloraría
y si llorase no sería dolor
sería pena de no sentirlo

sería mi cuerpo el que llore
y no yo mismo
ni mi alma ni mis lágrimas
ni mi voz la que solloze

hoy podría morir
y no sería yo quien muriese
ni sería yo
quien se apenase de mi muerte

hoy podría romper en llanto
y luego desternillarme de risa
y ni lo uno ni lo otro
sería ni risa ni llanto

hoy me da todo lo mismo
quizá porque esté muriendo
o quizá porque esté triste
o quizás esté feliz.