lunes, 31 de julio de 2017

Hombre en la orilla



«La Inglesa dijo que habrá que matar los perros, pero no sé. A la noche da lástima oírlos ladrar así, tan despacio, como si lloraran. Yo no dije nada. Total a este paso se van a comer entre ellos, cualquier noche. Pensar que cuando llegué estaban gordos, y daban miedo ladrando todos juntos, amontonados contra la casa. Y no me dejaban entender lo que decía la Inglesa, con el barullo. Claro, hace tres años era otra cosa. A la casa le duraba la pintura y hasta las tejas tenían otro color. Ni bien crucé la tranquera ya ladraron los perros y vi la casa, parecida a la de la estancia donde estuve antes, casi igual con esas casuarinas altas, las paredes blancas y las ventanas de oscuro. Para completar, los perros, que eran más, acá en La Martita, pero con el mismo ladrido desparejo y atropellador. En aquel tiempo la Inglesa no me hacía acordar a la vieja Laver. Era alta, siempre, y andaba como estirada con esa ropa negra que usó los primeros meses. Porque yo llegué cuando ya se había muerto el marido. Dicen que fue así: una noche estaban juntos, charlando con un doctor del pueblo y unas visitas de la capital, que en ese tiempo venían muchas, según parece, y oyeron ladrar los perros. El Inglés salió solo, con la escopeta cargada. Julia me decía que antes de salir la Inglesa y él se miraron en forma rara, vaya a saber. La cosa es que pasaron como diez minutos y ladrido de los perros se fue cada vez más lejos. Y cuando oyeron el tiro el doctor dijo que le habría tirado algún bicho, hasta que los perros empezaron a llorar. Yo llegué para esa época, hará cuatro años o tres o más»

 De "Habrá que matar los perros", incluido en Hombre en la orilla, Miguel Briante.

lunes, 24 de julio de 2017

Porque siempre todo...

Porque siempre todo
mas siempre una ilusión
que al desengaño siempre

La caída es las caídas
y la pérdida
todas las pérdidas

Desconcierto o abandono
gradual
de fe