martes, 30 de abril de 2013

Interioridad



"Cuando mayor es la velocidad con que se mueven éstas (las máquinas), con mayor rapidez vive el hombre y mayor es el tributo de tensión nerviosa que le hace a la máquina. La cultura, las horas libres, en realidad la vida toda, se entretejen tanto con las máquinas que el hombre en sí puede empobrecerse interiormente. El individuo está, poco más o menos, en la posición del salvaje que hace un ídolo y luego se pone a su servicio. Para Gandhi, la mecanización o cualquier otra forma de progreso no era un fin en sí misma; juzgaba los progresos materiales por su efecto moral o espiritual sobre los seres humanos. El individuo era su preocupación principal. Y no juzgaba a los individuos por lo que tenían sino por lo que eran; no por sus bienes sino por su personalidad; no por su fortuna, sino por su riqueza interior. Su individualismo era el del mérito, no el de la riqueza. La industrialización hacía a los hombres ricos, pero...¿los hacía hombres? (...)
Observando el mundo, identificaba la industrialización con el materialismo y temía que ambos fuesen amenazas para el desarrollo del hombre. Su fe y su defensa del individuo hacían de él, naturalmente, un anticomunista, pero consideraba al comunismo el producto final de un proceso que corroe también a los países no comunistas y, por ello, la actitud que hacía de él un adversario del régimen soviético lo inducía también a criticar a la civilización occidental; entre ambos, sólo veía una diferencia de grado y no de especie.
'El bolchevismo', afirmó Gandhi, 'es el resultado necesario de la civilización materialista moderna. Su insensato culto de la materia ha hecho nacer una escuela que ha sido educada para considerar el progreso materialista como objetivo de la vida y ha perdido el contacto con las cosas finales de la vida...'"

Gandhi, de Louis Fischer. 

sábado, 20 de abril de 2013

NUEVA PRESENTACIÓN DE "UN CIELO INHÓSPITO"

Viernes 26 de abril, 18.30 horas

Presentación de libros en la Biblioteca de Morón (Brown 763)




Este viernes, estaré presentando la novela en la Biblioteca Municipal, junto a más autores del oeste. Un lugar apropiado para conocer nuevas obras y escuchar a sus autores reflexionar sobre las mismas.

"Luego, saboreando un nuevo mate, se sorprendió recordando a sus padres. Ellos eran el deber escolar, cierto, el estudio como el primer mandamiento reconocible en su memoria. Del buen desempeño en aquella área dependía todo lo otro: las concesiones y los castigos, los premios y las amonestaciones. Pero la escuela en su casa eran también los preparativos al despunte del amanecer, esa mañana desordenada entre la yerba y la ceniza, entre mate lavado y humo, dentro de un pantalón gris, frente a un espejo incómodo. Ahí se veía parado otra vez, con los cosméticos maternos desperdigados en la cocina a las seis de la mañana, repitiéndose en el eco lejano de su propio ser. Era extraño. No sentía ningún deber hacia aquel mandato familiar, y sin embargo un remordimiento se le retorcía en el vientre como un ojo cenital que lo custodiaba inmóvil, mientras cabeza abajo miraba un par de zapatillas sucias y deshilachadas, y el Ruso terminaba de decir algo que no se entendía bien.
La escuela era también Ella, y Ella era lo que él no tenía, lo que él no era frustrándose en u círculo perverso y acerino. Soy una mierda, pensó, y tuvo la irónica sensación de que todos tenían algo de razón menos él."


Fragmento de Un cielo inhóspito.

miércoles, 10 de abril de 2013

A la deriva



"-Bueno; esto se pone feo... -murmuró entonces, mirando su pie lívido y ya con lustre gangrenoso. Sobre la honda ligadura del pañuelo, la carne desbordaba como una monstruosa morcilla.
Los dolores fulgurantes se sucedían en continuos relámpagos, y llegaban ahora a la ingle. La atroz sequedad de garganta que el aliento parecía caldear más, aumentaba a la par. Cuando pretendió incorporarse, un fulminante vómito lo mantuvo medio minuto con la frente apoyada en la rueda de palo.
Pero el hombre no quería morir, y descendiendo hasta la costa subió a su canoa. Sentóse en la popa y comenzó a palear hasta el centro del Paraná. Allí la corriente del río, que en las inmediaciones del Iguazú corre seis millas, lo llevaría antes de cinco horas a Tacurú-Pucú.
El hombre, con sombría energía, pudo efectivamente llegar hasta el medio del río; pero allí sus manos dormidas dejaron caer la pala en la canoa, y tras un nuevo vómito -de sangre esta vez-, dirigió una mirada al sol que ya trasponía el monte.
(...)
El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas bordeadas de negros bloques de basalto asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, detrás, siempre la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única."

Fragmento del cuento A la deriva, de Horacio Quiroga.

viernes, 5 de abril de 2013

Invocaciones




¡Oh, tú en cien tronos 
Afrodita reina,
hija de Zeus, inmortal,
dolosa:
no me acongojes con
pesar y sexo
ruégote, Cipria!

Antes acude como 
en otros días,
mi voz oyendo y mi
encendido ruego;
por mi dejaste la del padre
Zeus
alta morada.

El áureo carro que veloces
llevan
lindos gorriones,
sacudiendo el ala,
al negro suelo, desde el
éter puro
Raudo bajaba.

Y tú, ¡oh, dichosa! en tu
inmortal semblante
te sonreías: ¿Para qué
me llamas?
¿Cuál es tu anhelo? ¿Qué
padeces ahora?
-me preguntabas-

¿Arde de nuevo el corazón 
inquieto?
¿A quién pretendes 
enredar en suave
lazo de amores? ¿Quién
tu red evita,
mísera Safo?

Que si te huye, tornará a
tus brazos,
y más propicio ofrecérate
dones,
y cuando esquives el
ardiente beso,
querrá besarte.

Ven, pues, ¡Oh Diosa! y
mis anhelos cumple,
liberta el alma de su dura
pena;
cual protectora, en la
batalla lidia
siempre a mi lado.

Safo de Mitilene.