martes, 30 de junio de 2015

El mar

«Siempre, los ojos abarcan cuanto pueden: Este mar, este sol que se funde, los claroscuros que ya comienzan. Si todo fuera normal, mañana iríamos hasta la rambla como tantos jueves, para observar allí fuera lo que ya no me interese, aunque nunca me haya interesado; para saber qué contienen los bolsillos de los abrigos en los escaparates; cómo vibra el sonido de los caracoles (quizá ella me acerque uno al oído, sin pensarlo siquiera), cómo raya la textura vidriosa de la arena en mis mejillas. Si así fuera Edith tomaría un libro en la parte señalada, carraspearía brevemente, abriría su boca para que el viento le arranque las palabras, las esparza por la playa silenciosa y desganada, y luego en mis oídos, en mi propia boca de su boca, las alborote en el agua o en mis ojos…(...)
Cae el sol y lo enrojece todo, lo rasga todo esta hora, lo cura todo. Esta noche no habrá más noche, el mar la urdirá y la llevará de principio a fin, la arrastrará bien lejos, se romperá la humillación, el destino expuesto de esta piel. Falta poco, de madrugada será la última hora. Luego ella comprenderá, clareando la mañana de jueves hará lo que sé que hará: sostendrá nuestro deseo, caminará sola por la rambla buscando un porqué (quisiera contemplar su ida silenciosa en nuestra hora, los ojos vidriosos que no alcanzan), leerá para sus adentros un libro hueco y repetido. Quizá invoque un fragmento que caerá redondo sobre el mar como ahora, y yo oiga su voz como entonces: la melodía de su voz serpenteada en la rompiente, dejando surcos sobre el agua, en la arena, en mis brazos, en su pecho…»

jueves, 18 de junio de 2015

Reír llorando

—Viendo a Garrik —actor de la Inglaterra—
el pueblo al aplaudirle le decía:
«Eres el mas gracioso de la tierra
y el más feliz...»
Y el cómico reía.

Víctimas del spleen, los altos lores,
en sus noches más negras y pesadas,
iban a ver al rey de los actores
y cambiaban su spleen en carcajadas.

Una vez, ante un médico famoso,
llegóse un hombre de mirar sombrío:
«Sufro —le dijo—, un mal tan espantoso
como esta palidez del rostro mío.

»Nada me causa encanto ni atractivo;
no me importan mi nombre ni mi suerte
en un eterno spleen muriendo vivo,
y es mi única ilusión, la de la muerte».

—Viajad y os distraeréis.
— ¡Tanto he viajado!
—Las lecturas buscad.
—¡Tanto he leído!
—Que os ame una mujer.
—¡Si soy amado!
—¡Un título adquirid!
—¡Noble he nacido!

—¿Pobre seréis quizá?
—Tengo riquezas
—¿De lisonjas gustáis?
—¡Tantas escucho!
—¿Que tenéis de familia?
—Mis tristezas
—¿Vais a los cementerios?
—Mucho... mucho...

¿De vuestra vida actual, tenéis testigos?
—Sí, mas no dejo que me impongan yugos;
yo les llamo a los muertos mis amigos;
y les llamo a los vivos mis verdugos.

—Me deja —agrega el médico— perplejo
vuestro mal y no debo acobardaros;
Tomad hoy por receta este consejo:
sólo viendo a Garrik, podréis curaros.

—¿A Garrik?
—Sí, a Garrik... La más remisa
y austera sociedad le busca ansiosa;
todo aquél que lo ve, muere de risa:
tiene una gracia artística asombrosa.

—¿Y a mí, me hará reír?
—¡Ah!, sí, os lo juro,
él sí y nadie más que él; mas... ¿qué os inquieta?
—Así —dijo el enfermo— no me curo;
¡Yo soy Garrik!... Cambiadme la receta.

¡Cuántos hay que, cansados de la vida,
enfermos de pesar, muertos de tedio,
hacen reír como el actor suicida,
sin encontrar para su mal remedio!

¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora!
¡Nadie en lo alegre de la risa fíe,
porque en los seres que el dolor devora,
el alma gime cuando el rostro ríe!

Si se muere la fe, si huye la calma,
si sólo abrojos nuestra planta pisa,
lanza a la faz la tempestad del alma,
un relámpago triste: la sonrisa.

El carnaval del mundo engaña tanto,
que las vidas son breves mascaradas;
aquí aprendemos a reír con llanto
y también a llorar con carcajadas.

Juan de Dios Peza.