martes, 15 de octubre de 2013

Me viene, hay días, una gana ubérrima



Me viene, hay días, una gana ubérrima, política,
de querer, de besar al cariño en sus dos rostros,
y me viene de lejos un querer
demostrativo, otro querer amar, de grado o fuerza,
al que me odia, al que rasga su papel, al muchachito,
a la que llora por el que lloraba,
al rey del vino, al esclavo del agua,
al que ocultose en su ira,
al que suda, al que pasa, al que sacude su persona en mi alma.
Y quiero, por lo tanto, acomodarle
al que me habla, su trenza; sus cabellos, al soldado;
su luz, al grande; su grandeza, al chico.
Quiero planchar directamente
un pañuelo al que no puede llorar
y, cuando estoy triste o me duele la dicha,
remendar a los niños y a los genios.

Quiero ayudar al bueno a ser su poquillo de malo
y me urge estar sentado
a la diestra del zurdo, y responder al mudo,
tratando de serle útil en
lo que puedo, y también quiero muchísimo
lavarle al cojo el pie,
ayudarle a dormir al tuerto próximo.

¡Ah querer, éste, el mío, el mundial,
interhumano y parroquial, provecto!
Me viene a pelo,
desde el cimiento, desde la ingle pública,
y viniendo de lejos, da ganas de besarle
la bufanda al cantor,
y al que sufre, besarle en su sartén,
al sordo, en su rumor craneano, impávido;
al que me da lo que olvidé en mi seno,
en su Dante, en su Chaplin, en sus hombros.

Quiero, para terminar,
cuando estoy al borde célebre de la violencia
o lleno de pecho el corazón, querría
ayudar a reír al que sonríe,
ponerle un pajarillo al malvado en plena nuca,
cuidar a los enfermos enfadándolos,
comprarle al vendedor,
ayudarle a matar al matador -cosa terrible-
y quisiera yo ser bueno conmigo
en todo.

César Vallejo, de  Poemas humanos.

miércoles, 9 de octubre de 2013

Academias



"Lentamente la universidad iba trazando su cauce inicial, mientras él se sentía insignificante, allí parado como un estropajo, percibiendo las miradas incomprensivas de los últimos en ingresar, que parecían decirle qué estás haciendo, no ves que ya empezamos. Y si era cierto que aquellos formaban parte de algo que lo excluía poco importaba, puesto que él así lo creyó, pensando, qué incapacidad para las cosas simples, qué torpeza.Fue entonces cuando apareció una mujer transportando unos papeles del otro lado del mostrador, a través de la oficina sin siquiera dirigirle la mirada, a Iván que no atinó tampoco a decir algo, sólo para sus adentros alcanzó a reprocharse cuando ya era tarde, esa falta de carácter para hacerse valer, esa introversión inútil de siempre.Tenía que haber una solución pero él no podía verla, siempre se había sentido una especie de miope de la cabeza, tan convencido de cómo se le escapaban las cosas más claras y alcanzables, al enjugarse la transpiración frente a una oficina universitaria. La mujer, cierto, recordó de golpe. (...)
Ya en la calle, Iván comenzó a caminar por la vereda tibia hacia el sur, observando el mundo como un terreno hostil. Y en el recibimiento de aquel paisaje belicoso, percibía también la presencia de una otredad punzante, afanosa en su intento de permanecer y disputar ese mundo bajo su ley. Ellos, Los Otros, eran quienes hundidos en sus claustros universitarios, se preparaban para el futuro; los que en sus oficinas y empresas, brindaban por un presente de prepotencia económica; los que cebados en el circo publicitario, vaciaban huecas promesas de bienestar; los que disputándose entre la oferta y la demanda, marginaban sin tregua, cómplices. Y en medio de esa postal Iván se sentía ajeno, prisionero y guardián a la vez de aquellas reglas tan anónimas como indeseadas. Conflictivo, absurdamente conflictivo, se reprochaba mientras giraba mecánicamente hacia el oeste, adivinándose en un destino de regreso."

Fragmento de Un cielo inhóspito.