sábado, 31 de agosto de 2013

Tiempo

"Todo consiste en llegar hasta el justo término y después, dar a luz. Dejar que se complete cada impresión y madure cada germen de un sentimiento, en lo oscuro, en lo inexpresable, en lo inconsciente e inasequible para el propio entendimiento. Aguarde con profunda humildad y paciencia la hora en que ha de nacer una nueva claridad. Vivir como artista es sólo eso, tanto cuando se trata de lo intelectual como de lo creativo.
No puede medirse con parámetros de tiempo: un año no cuenta y diez años, nada son.Ser artista es no calcular ni contar. Crecer como lo hace el árbol, que no apresura su savia y que resiste, confiado, las tormentas de primavera, sin angustiarse por la posibilidad de no llegar al próximo verano. Y el verano llega, pero sólo para quienes tienen paciencia y viven despreocupados y tranquilos, como si ante ellos se extendiese la eternidad. Lo aprendo cotidianamente; lo aprendo en medio de sufrimientos a los cuales agradezco: la paciencia lo es todo."

Rilke, Cartas a un joven poeta.

martes, 27 de agosto de 2013

De príncipes y miedos



"De todos los príncipes, es el nuevo a quien le resulta prácticamente imposible obviar la fama de cruel por estar los estados nuevos llenos de peligros.Virgilio por boca de Dido dice: ´Res dura, et regni novitas me talia cogunt / moliri, et late fines custode tueri´. Con todo, debe ser ponderado en sus juicios y actuaciones, no tener miedo de sí mismo y proceder con templanza, prudencia y humanidad; de modo que el exceso de confianza no lo haga incauto y el de desconfianza, intolerable.
De esto nace una disputa; a saber: si es mejor ser amado que temido y viceversa. La respuesta es que uno desearía ser ambas cosas; mas, como es difícil conciliarlas, resulta mucho más seguro ser temido que amado cuando se haya de prescindir de una de las dos. Porque de los hombres se puede decir en general que son ingratos, volubles, mentirosos e hipócritas, temerosos del peligro, ávidos de ganancias. En tanto que los beneficias, son del todo tuyos y te ofrecen la sangre, los bienes, la vida, los hijos (siempre que no los necesites, como ya he dicho); pero, cuando llegan las dificultades, miran a otra parte. El príncipe que ha basado todo su poder en la palabra de los hombres labra su ruina por encontrarse privado de una verdadera protección; porque las amistades que se consiguen por un precio, y no por la grandeza y nobleza de espíritu, se pagan, pero no se poseen, y no se pueden disfrutar cuando vence el pago.Y sentimos menos temor de ofender a alguien que se haga amar que a alguien que se haga temer; ya que el amor es sostenido por un vínculo de reconocimiento que, por la mezquina condición humana, se rompe siempre en función del provecho propio. El temor, en cambio, se mantiene por un miedo al castigo que no te abandona jamás."

Fragmento de El Príncipe, de Nicolás Maquiavelo.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Quintaesencias



"Sucede a veces, cuando desear el  recuerdo es ya sentirlo, con el cuerpo esperando la confirmación que sólo es posible a través de un cosquilleo integral, de una sensación de sed saciada. Recuerdos profundos que no son sino únicamente a través de esa metáfora que transcurre en la carne (ese olor, esa noche), con la desesperación de recuperarlos a cuestas, para quedarnos tranquilos, si los recuperamos.
Una reminiscencia de los doce, trece años. Una amistad tibia, remota, incompleta. Llena de todo por delante. Gastada con los años, como una máscara.
Y luego una noche donde bebíamos juntos, ya adolescentes, tenuemente entrelazados. Una imagen efímera y reveladora entre los borrones del alcohol. Y un rayo de sol también, caminando de regreso por Belgrano, sosteniendo eso que me acercaba a. A ella no le importó (ella me besó a mí), y fue todo junto en aquel arrebato nocturno de nuestras bocas, de nuestras miradas en medio del ruido, irrepetibles.
Aquella figura imponente. Profunda, casta, juvenil.
Pero hay también una falta de compleción en esa reminiscencia, de impulsos trayendo el perfume del verano y el ascua nocturna como una compañía invisible. Y Eugenia es el olor a noche fundiéndose en las islas más sensibles de mi ser, de un sentido asequible a mi entendimiento, que una y otra vez requiere donde no hay recuerdo, la hora pronta en que llegado al hotel pronuncie el número sagrado.
Entonces hay que volver a la noche cordobesa, guardando por un momento el patio en la otra noche, con el gesto más simple vuelto a la vida en forma de brazo, de pulóver, de vaso de cerveza. Así había que dejar aquella incongruencia del pasado, y exhalando el humo dar cuenta de que apenas restaban minutos: más allá estaría ella esperándome en el departamento, donde habría que definir eso que era otra vez como tener doce, trece años.
Cuánto requiero esas cosas que no entiendo más allá de mi propia búsqueda. Absurda quimera deseando conseguir algo, un poco solamente, de aquello juntándose con esto otro, que necesito."

Fragmento de Un cielo inhóspito.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Flores



"Ya la puerta abierta y todos en fila, mirándola y mirando al pasajero, sin bajar, mirándolos entre los ramos que se agitaban como si hubiera viento, un viento de debajo de la tierra que moviera las raíces de las plantas y agitara en bloque los ramos. Salieron las calas, los claveles rojos, los hombres de atrás con sus ramos, las dos chicas, el viejo de las margaritas. Quedaron ellos dos solos y el 168 pareció de golpe más pequeño, más gris, más bonito. Clara encontró bien y casi necesario que el pasajero se sentara a su lado, aunque tenía todo el ómnibus para elegir. Él se sentó y los dos bajaron la cabeza y se miraron las manos. Estaban ahí, eran simplemente manos; nada más.
(...)
El muchacho aflojó el cuerpo y se dejó resbalar suavemente.
—Nunca me pasó una cosa así —dijo, como hablándose.
Clara quería llorar. Y el llanto esperaba ahí, disponible pero inútil. Sin siquiera pensarlo tenía conciencia de que todo estaba bien, que viajaba en un 168 vacío aparte de otro pasajero, y que toda protesta contra ese orden podía resolverse tirando de la campanilla y descendiendo en la primera esquina. Pero todo estaba bien así; lo único que sobraba era la idea de bajarse, de apartar esa mano que de nuevo había apretado la suya.
—Tengo miedo —dijo, sencillamente—. Si por lo menos me hubiera puesto unas violetas en la blusa.
Él la miró, miró su blusa lisa.
—A mí a veces me gusta llevar un jazmín del país en la solapa —dijo—. Hoy salí apurado y ni me fijé.
—Qué lástima. Pero en realidad nosotros vamos a Retiro.
—Seguro, vamos a Retiro.
Era un diálogo, un diálogo. Cuidar de él, alimentarlo."

Fragmento del cuento Ómnibus, de Julio Cortázar.