sábado, 15 de diciembre de 2012

Regresos



"Esperé treinta años a que regresaras, Susana. Esperé a tenerlo todo. No solamente algo, sino todo lo que se pudiera conseguir de modo que no nos quedara ningún deseo, sólo el tuyo, el deseo de ti. ¿Cuántas veces invité a tu padre a que viniera a vivir aquí nuevamente, diciéndole que yo lo necesitaba? Lo hice hasta con engaños.
Le ofrecí nombrarlo administrador, con tal de volverte a ver. ¿Y qué me contestó? 'No hay respuesta -me decía el mandadero-. El señor don Bartolomé rompe sus cartas cuando yo se las entrego.' Pero por el muchacho supe que te habías casado y pronto me enteré que te habías quedado viuda y le hacías otra vez compañía a tu padre."
Luego el silencio.
"El mandadero iba y venía y siempre regresaba diciéndome:
- No los encuentro, don Pedro. Me dicen que salieron de Mascota. Y unos me dicen que para acá y otros que para allá.
Y yo:
- No repares en gastos, búscalos. Ni que se los haya tragado la tierra.
Hasta que un día vino y me dijo:
- He repasado toda la sierra indagando el rincón donde se esconde don Bartolomé San Juan, hasta que he dado con él, allá, perdido en un agujero de los montes, viviendo en una covacha hecha de troncos, en el mero lugar donde están las minas abandonadas de La Andrómeda.
Ya para entonces soplaban vientos raros. Se decía que había gente levantada en armas. Nos llegaban rumores. Eso fue lo que aventó a tu padre por aquí. No por él, según me dijo en su carta, sino por tu seguridad, quería traerte a algún lugar viviente.
Sentí que se abría el cielo. Tuve ánimos de correr hacia ti. De rodearte de alegría. De llorar. Y lloré, Susana, cuando supe que al fin regresarías."

Fragmento de Pedro Páramo, de Juan Rulfo.



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