martes, 4 de mayo de 2010

Infinito (Leopoldo Marechal, II)


"Adán Buenosayres no perdió aquel intercambio de una mirada por una sonrisa. Hubiera querido permanecer ajeno a la inútil discusión y entregarse a la melancolía de su pensamiento, sobre todo en aquella hora en que le tocaba medir un nuevo desengaño de amor. Observó, empero, que Lucio Negri lo miraba, como invitándolo a intervenir en el debate: "No desentonar", se advirtió a sí mismo.
- Hay en Villa Crespo -refirió desganadamente- una vieja italiana que yo he bautizado con el nombre de Cloto. La encuentro a veces, en la Iglesia de San Bernardo, arrodillada frente al altar mayor; y al verla me pregunto si Cloto no sabe más que todas las filosofías juntas.
- No lo dudes -afirmó Tesler-. Sabe más.
El señor Johansen, que todo lo pesaba, dio aquí señales de algún descontento.
- Me parece una barbaridad -insinuó tímidamente-. Aunque yo nada sé de filosofía.
- Y si no sabe, ¿para que mete la cuchara? -lo reprendió Samuel con acritud.
El señor Johansen enrojeció hasta la raíz del pelo, aunque, a decir verdad, no conservaba mucho; el señor Johansen recordó su naturaleza de hombre libre y su derecho a opinar; el señor Johansen carraspeó dos o tres veces, ansioso de una reivindicación inmediata. Pero los ojos de Samuel Tesler seguían clavados en los suyos y lo hipnotizaban, como si fuesen los de un basilisco.
- Una barbaridad -aprobó entonces Lucio Negri-. ¿Por qué una vieja de rodillas ha de saber más que un filósofo sentado?
- ¡Eso digo yo! ¿Por qué? -Refunfuñó el señor Johansen hambriento de reivindicaciones.
Por segunda vez Adán sintió el peso inútil de aquella discusión.
- La verdad es infinita -dijo-. Y me parece que hay dos maneras de abordarla: una es la del vidente que, al reconocer la impotencia de su finitud ante lo infinito, pide ser asimilado a lo infinito por la virtud del Otro y la muerte de sí -¡mi cuaderno de Tapas Azules!-; y otra es la del ciego que trata de abarcar lo infinito con su propia finitud, lo cual es matemáticamente imposible."

Fragmento de Adán Buenosayres, Leopoldo Marechal.

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