jueves, 29 de abril de 2010

Repeticiones (Leopoldo Marechal, I)

"Pero Lucio Negri, reconfortado ya con otra sonrisa de Solveig Amundsen, regresaba impetuosamente al combate.
- Ustedes me hablarán de conocimientos místicos, visiones o iluminaciones -admitió con absoluta buena fe-. Pero se ha demostrado ya que todo eso entra en el dominio de la patología nerviosa, o tal vez en el de la secreción interna.
Con una vibrante, irresistible, asombrosa carcajada Samuel Tesler festejó el advenimiento de aquel período: el señor Johansen quedó aterrado, Lucio Negri palideció ante los veintiséis ojos de la tertulia que a él se volvieron de repente: y hasta mister Chisholm, sobre la escalerita de tijera, frunció un instante el entrecejo, con el pincel detenido en el aire.
- ¡La risa no es un argumento! -protestó Lucio Negri-. Sólo un espíritu retrógrado puede negar en estos días el misterio de la secreción interna.
Como arrebatado en éxtasis, el filósofo cayó a los pies de Lucio.
- ¡Secreción interna! -le suplicó de rodillas-. Ora pro nobis!
No sabiendo qué hacer ahora de aquel temible payaso, Lucio Negri abarcó la tertulia con una ojeada circular: desde su rincón las señoras de Amundsen, Ruiz y Johansen lo miraban perplejas; risas y cuchicheos ahogados estallaban ya en el diván celeste; adorable como nunca, Solveig Amundsen le rendía sus ojos entristecidos. Viendo lo cual, y echándolo todo a broma, Lucio Negri levantó por las axilas al filósofo arrodillado a sus pies.
- Ríase -le dijo-. Pero créame que una variación en la glándula hipófisis de Jesucristo hubiera cambiado totalmente la historia del mundo.
No dando crédito a sus oídos, el filósofo villacrespense lo miró un instante con expresión atónita; luego solicitó con la mirada el testimonio de Adán Buenosayres. Por último dejó caer su rostro en el pecho de Johansen, y rió allí, larga y silenciosamente: rió sobre la camisa del señor Johansen, que no lograba salir de su asombro. Después, abandonando aquel pecho que ya se resistía, Samuel clavó en Lucio Negri dos ojos irritados.
- La ciencia moderna parece obedecer a un plan diabólico -rezongó-. Primero dirige al Homo Sapiens y le dice: "Mi pobre viejo, es mentira que Jehová te haya creado a su imagen y semejanza. ¿Quién es Jehová? ¡El Cuco! Lo inventaron los curas en la Edad Media, para que te asustases un poco y no anduvieses por los cabarets de milonga corrida. En cuanto a la inmortalidad de tu alma, es un cuento chino. ¡Pedazo de alcornoque!, ¿de dónde vas a sacar un alma?"
- ¡El alma! -le interrumpió Lucio-. ¡Por favor! La he buscado con el bisturí, en la sala de disecciones.
- ¿Y la encontró?
- ¡No me haga reír!
- Es claro -repuso Samuel Tesler-, el alma no es un tumor de hígado.
Y prosiguió así:
- No bien hubo desengañado al Homo Sapiens acerca de su origen divino, la ciencia moderna se vio en la necesidad de buscarle un sustituto: "Mi pobre viejo -le anunció-, debes considerarte un animal: un animal evolucionado, lo admito, pero animal de pies a cabeza. Tu verdadero Adán es el primer gorila que, a fuerza de gimnasia sueca, logró caminar en dos pies y le hizo ascos a la banana cruda. Esto sucedió en la era preglacial, unos mil siglos antes de que inventaras el water-closet."
- ¡Payaso! -rezongó Lucio entre dientes.
- ¡Chist! -protestó el señor Johansen, desviando sus ojos inquietos hacia el diván de las muchachas.
El filósofo depositó en ellos una mirada llena de ternura científica.
- Ahora bien -les preguntó, a manera de corolario-. ¿Qué hizo el homo sapiens, no bien la ciencia le reveló su origen?
Lucio Negri y el señor Johansen guardaron silencio.
- ¿No lo adivinan? -insistió el filósofo-. Pues bien, el Homo Sapiens, al reflexionar en su antepasado gorila, oyó la voz de la sangre y empezó a hacerse la del mono.
- ¡Chist! -volvió a protestar el señor Johansen-. ¡Las niñas!
- Con todo -añadió Samuel-, una infinidad de cosas raras persistían en el Homo Sapiens: la iluminación de los místicos, el don de los profetas, un conjunto de hechos libres que no se dejaban operar en el sanatorio. Entonces la ciencia dio su golpe maestro: al enigma de la Trinidad, opuso el enigma de la glándula tiroides.
Aquí Lucio Negri perdió los estribos.
- ¡Permítame! -le gritó a Samuel, ajustándose los anteojos a la nariz polémica.
No le fue dado continuar, porque Samuel Tesler, dejándose caer en su butaca, ya se había entregado a una risa meditabunda, y riendo meditaba o meditando reía, sacudiendo a izquierda y a derecha su frente vasta como un paisaje."

Fragmento de Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal

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