lunes, 14 de junio de 2010

Amor


"Luego se levantaron y comenzaron a caminar de regreso. Tomados ligeramente de la mano, sentían al irse el último rumor de la plaza y se estremecían por el frío de la noche. Él le ofreció entonces su abrigo a Eugenia, y tras colocarlo sobre sus hombros suavemente, percibió un temblor en su cuerpo que sin embargo no era nada, no importaba el frío, lo importante era lo que quedaba de ese sol y de esa tarde vivida. Y sobre todas las cosas importaba Eugenia, que cada tanto lo sorprendía mirándola tontamente, con esos ojos infantiles que solemos poner cuando miramos a la persona que amamos creyendo que no nos ve. Entonces Iván volvía a abatirse en un círculo inagotable, pensando repentinamente cuánto dependía su felicidad de aquel ser; cuánto le angustiaba que todo terminara, tener que volver al ostracismo de siempre pensando que aquello había sido sólo un encuentro fugaz, una coincidencia breve y única como la de dos astros en órbitas remotas. Lo desesperante era que Iván dependía de aquellos ojos trascendentales, amor sincero e inmortal o sombrío y desconsolado final. De sólo pensarlo decaía profundamente, se le revelaba el fino y permeable lazo que lo unía a ella. Del mismo modo en que le son revelados a un soldado en medio de la cruenta batalla, los inestables factores de los cuales depende su vida."

Fragmento de Iván.

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