viernes, 15 de julio de 2016

Barro II

«Alguien debe estar imaginando algo, ahora mismo, porque lo que se ve allí es el detalle de los sueños, las típicas premoniciones, un día de lluvia en que el viento azota el alma. Están allí y no importa, no hay un qué ni un cómo, sólo un estar vaciando termos como goteros, como el agua de lluvia que agobia las canaletas y derrama los deseos, los tira cuenca abajo por el barro, desechos en sus manos de agua hirviente. Lo recuerdo porque lo estoy viendo ahora mismo, el abrazo entre dos hombres que se cruza, hermanados bajo el cobertizo, como cerrando una historia frente a la lluvia que no cesa y oscurece los colores, lo ennegrece todo con su cielo plomizo, los pastos verdes que se extienden frente a la casa y descienden hacia el cenagal desde la galería.
A la humedad le sienta bien esta tristeza, este detener del tiempo bajo el alero, los brazos yendo y viniendo indecisos, las palabras hechas para las grandes citas, la lluvia chispeando sobre el campo en su verdor dormido, aletargado de invierno, de puro desabrigo. Entonces ellos hablan y dicen lo que hay que decir. Tanto y tan sólo eso, la gran verdad que significa el tiempo ahondado de palabras, hecho hueco en su abismo entre tonos vagos, precisos, vueltos flor en boca de los seres queridos. Hablan y dicen lo que hay que decir: resisten el frío, las gotas removidas por el viento que se pegan en la cara con hostilidad, se dan palmadas y dicen te quiero. El mate no rompe la espera, le dilata un burbujeo de amargor en la mano Clara distraída, mano Clara hacia fuera, disimula, sonríe para la conversación y relampaguea en sus ojos el placer furtivo de observar la intimidad desnuda, incapaz ya de pelear consigo misma, de ser algo que no sea lo que honestamente es.
Se le rompe el alma y no se nota: verlo ahí, empotrado al suelo junto a su hermano; verlos ahí, a los Bruzón murmurar de labios en la pausa, recrudeciendo el silencio; ella piensa, está bien así. Pasan los minutos, hace frío y Clara comprende que la verdad exige un descanso. Sale sonriente a la galería con el mate en la mano, como para convidar compadre un amargo ahí fuera, si no entran, aquí dentro, para que las palabras tampoco sobren.»

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