lunes, 8 de marzo de 2010

Una mirada hacia el futuro


Últimamente se ha instalado el debate acerca de las profecías mayas, sobre si lo que vaticinan sus formidables ciclos astrales es efectivamente el fin del mundo o, en su defecto, una oportunidad de cambio y encauzamiento para la humanidad toda. Lo cierto es que para diciembre del 2012 se prevé un fenómeno astronómico singular, y que sólo sabremos la verdad de sus consecuencias (si es que verdaderamente hay alguna) con el correr del tiempo. Sin embargo, creo que lo importante de todo esto radica en la evidencia de una sociedad preocupada por su futuro, donde cada vez se vuelve más urgente un debate verdaderamente crítico sobre el pasado y el presente, que permita ver también hacia qué futuro estamos dirigiendo el mundo los seres humanos. Pero para llevar esto acabo es necesario aceptar la conclusión más obvia e irrechazable: que estamos en crisis y, de no modificar nuestra forma de vida, llevaremos el planeta (y a nosotros mismos con él) al desastre.

Hablar de desastre hoy es hablar de ecología, pero creo que ésta es sólo la punta del iceberg de un problema basado en una cosmovisión equivocada por parte del hombre moderno, producida por el embelesamiento todopoderoso del paradigma positivista.

Haciendo un poco de historia de Occidente podemos decir que desde la declinación de la época medieval, la lógica racionalista renovada e inspirada en la Grecia Antigua progresó durante siglos ininterrumpidamente. Y si bien establecer una fecha exacta de comienzo es arbitrario e innecesario, es claro que desde el Renacimiento, pasando por el Iluminismo hasta buena parte del siglo XX, el paradigma científico creció hasta dominar sin oposición el lugar de privilegio destinado al conocimiento. Muy resumidamente es también posible decir que, a partir de la filosofía cartesiana, el escepticismo de los filósofos por el valor de lo religioso y el lugar de privilegio destinado a la lógica racional fue en aumento. En su cogito solipsista, el pensador francés concluyó que sus sentidos le eran engañosos, que sólo podía confiar en su racionalidad como medio confiable para conocer: lo que Descartes hizo realmente fue crear el yo objetivo, separado de nuestros cuerpos. Los avances meteóricos de la época en física (Newton) y matemática acompañaron el proceso de duda hacia lo religioso, mostrando que todo hallaba su causa y explicación en la naturaleza misma. El hombre podía entonces comenzar predecir el futuro con leyes atemporales y universales; Dios, después de todo, no parecía tan necesario. Darwin terminó de arruinar un cristianismo que se había sostenido al menos como organizador de la complejidad. Su teoría evolucionista pareció revelar con crudeza que el único ser conciente de su propia existencia no ostentaba la casta divina de Adán y Eva, sino que era apenas el corolario de una cadena superadora y adaptable de simios. Pues bien, lo que emparienta a todos estos pensadores es su forma de sacar conclusiones guiada por una racionalidad presumidamente objetiva. En otras palabras, lo que nos dicen es: así es el mundo, ésta es La Verdad; podemos negarla si queremos, pero no dejará de ser así de ningún modo, puesto que nuestras conclusiones poseen el aval del método científico.

Durante siglos el ser humano se encargó de conquistar la naturaleza mediante este método, perfeccionando sus modos de usufructuarla. Pero una vez dominada la misma fue por más, lanzándose a la conquista del humano mismo, ya no como un cuerpo, sino como ser conciente y social. La fase final del pensamiento lógico racional se ve en de las denominada ciencias sociales. Freud intenta así mediante el psicoanálisis crear una ciencia del yo: “sus implicancias primarias y sus afirmaciones están claras: el yo humano será incorporado a la ciencia a través de la creación de la cadena causal coherente de una narrativa destinada a explicar su existencia y su carácter.” (Bryan Appleyard, Ciencia vs humanismo) A su vez, Marx representa el intento máximo de unir política y ciencia. Al creer haber descubierto las leyes (científicas) universales de la historia humana, creó un sistema determinista y ateo hacia el cuál dirigirnos para liberar al hombre de toda opresión. La única condición era actuar en obediencia incuestionable hacia esa ley de la historia, actuar en nombre a ese poder superior (¡al método científico!) sumisamente; más aún, Marx afirmaba que esa ley era un poder tan irrechazable que el futuro estaba destinado irremediablemente al comunismo. Podíamos acelerarlo o retrasarlo, pero éste sería inevitablemente el fin de los conflictos producto de la dinámica superadora de la historia, y el no comportarse bajo estos cánones sencillamente implicaría ser aplastado por la verdad de su lógica. En el plano filosófico, el ateísmo recalcitrante y destructivo de Nietzsche significó la abandono definitivo de intentar conciliar a la religión con los ideales del Iluminismo. La realidad, dice Nietzsche, es que debemos reconstruir al hombre sobre la base de la aceptación estoica, sobre humana y cruel, puesto que Dios ha muerto.

¿Pero qué significa todo esto? Bueno, en primer lugar, creo que el monopolio de la lógica racionalista creó el espejismo de la objetividad como herramienta de cambio superior y absoluta, lo cual implicó una prepotencia sin igual a la hora de lanzarse al dominio de la naturaleza (subestimando su complejidad y por lo tanto, su previsibilidad y el sostén de su equilibrio) para expoliarla al servicio de un hombre insaciable. En segundo lugar, esto significó el retroceso de lo subjetivo como herramienta legítima para aprehender la realidad, lacerando así el prestigio y el desarrollo de todas las cosmovisiones basadas en otra forma de interpretar la realidad no científicas: desde las religiones, pasando por las artes, hasta la astrología y todo ritual alternativo de cualquier etnia no dominante.

Pero ésta es sólo una manera de ver las cosas, la manera que nos ha conducido al estado en el que hoy nos encontramos. A lo largo del siglo XX, la ciencia ha demostrado también ser incapaz de conducir al hombre satisfactoriamente. El pasado es un siglo horrorosamente insensible a la hora de cometer atrocidades: dos guerras mundiales, la bomba atómica en Hiroshima, el nazismo y el terror stalinista son sólo algunos ejemplos que demuestran el frío accionar de la matanza industrial en nombre de lo inocuo, de un ideal frío y pretendidamente racional y absoluto (de un sistema político mejor, del progreso económico o del aprovechamiento de recursos naturales), donde seres absolutamente racionales consideraron que situaciones extremas exigían medidas extremas. Por desgracia y como era de esperarse, la victoria del capitalismo liberal sobre la Unión Soviética no implicó sin embargo el abandono de la cosmovisión positivista. La actitud liberal de las sociedades contemporáneas demuestra tristemente el abandono por el intento de tomar partido y tener razón más allá de lo pretendidamente objetivo, desacreditando tanto la propia subjetividad como cualquier noción cultural o espiritual. “El estudio de la historia y la cultura nos enseña que todo el mundo siempre estaba furioso en el pasado. Los hombres siempre pensaban que estaban en lo cierto, y eso condujo a guerras, xenofobia, racismo y chauvinismo. La cuestión no es corregir los errores y estar realmente en lo cierto. La cuestión es no pensar en absoluto que se puede tener razón.” (Alan Bloom, The closing of the American Mind) Éste tipo de pensamiento es el producto de una sociedad liberal científica, incapaz de pronunciarse a favor o en contra de nada. Así deambulamos por las calles, anestesiados de subjetividad: ¿por qué habría de estar mal alguna cosa? ¿Quién sos vos para decir tal otra? El descrédito de los valores provocó el escenario aterrador del vale todo, donde las aspiraciones realizadoras del hombre consisten en perseguir objetos, en la acumulación de dinero como único medio hacia la felicidad. El entretenimiento aparece así como la finalidad máxima; el mensaje es: distraigámonos y disfrutemos de lo mundano puesto que, ¿qué otra cosa se puede obtener de este mundo más que eso? Se trata de un concepto de vida efímero y penosamente vacío, donde imaginar las consecuencias es fácil: el desarrollo industrial indolente altamente contaminante; la sociedad de consumo y el fetiche materialista; la actividad y el cuerpo humano cosificados; lo abundantemente frívolo de lo moderno; el individualismo desesperado.

Pero, ¿cómo logra la ciencia acabar con todos sus competidores e imponerse de modo indemne? Simple: por un lado, la ciencia funciona y, por supuesto, es indiferente moralmente, por lo cual no podemos acusarla de nuestra estupidez o de nuestra maldad. Pero lo que se trata aquí no es acusar a la ciencia. Creo que el problema con ella radica sencillamente en el punto de vista. El error consiste en creer que ésta puede abarcar todos los aspectos del hombre, guiándolo en un camino sempiterno de continuo progreso donde podamos descubrir objetivamente el mejor modo de vivir. Al respecto el filósofo Ludwig Wittgenstein hace un planteo simple pero efectivo para demostrar el valor relativo del pensamiento positivista: el lenguaje (único lugar donde podemos decir que existimos) es algo social y por lo tanto subjetivo, anterior e indispensable a la ciencia; ergo, resulta imposible la creación de un yo objetivo, puesto que las premisas son subjetivas. En su libro Ciencia vs Humanismo, Bryan Appleyard agrega al respecto: “Estamos atados a nuestra historia y a nuestra forma de vivir, porque todo ello se encuentra encarnado en nuestro lenguaje (...) Y esta historia incluye la magia y la religión tanto como incluye la ciencia. El color verde es real; sentirse en unidad con uno mismo, es real. La longitud de las ondas, la medicina o el análisis sólo pueden venir después de todos estos hechos. La trampa que la ciencia nos ha tendido fue pretender que podía contar la historia de lo que sucedió antes.” El legado epistemológico-ético es simple y poderoso: un sentimiento, una intuición, la fe; todos ellos son fenómenos que habitan en lo más íntimo del ser, y es natural que no sean aprehensibles por la lógica, que es una herramienta parcial, social y posterior al lenguaje. La ciencia es sólo una porción de la cultura que ha comenzado planteando sus propias reglas y a partir de ellas una serie de problemas que se considera (y ha demostrado serlo) capaz de resolver, pero que terminó decidiendo cuáles eran los únicos problemas dignos de ser planteados, y a partir de allí, qué es lo válido y qué no. Lo que me excede, nos dice, no es real, o no al menos de un punto de vista fiable.

Pero el ser humano no es una roca o una ecuación, sino que es algo único regido por otras reglas, poseedor de aspectos incapaces de ser abarcados por la lógica racional. Las limitaciones de las ciencias sociales han y siguen siendo abismales. Ninguna ha logrado siquiera acercarse a la precisión y la capacidad de las ciencias de la naturaleza, logrando en el mejor de los casos un cuestionable conocimiento estadístico. A través de la historia en cambio, el hombre ha tenido noción de religiosidad y la percepción de un alma, un sentimiento real e inalienable. Creo que este tipo de nociones universales palpables en el lenguaje nos hablan de cómo somos realmente, de qué estamos hechos y, por qué no, de qué somos capaces.

Con todo esto (repito) no quiero decir que la ciencia es perniciosa en sí misma para el hombre, ni que haya que volver al medioevo oscurantista. Lo que sí creo indispensable es repensar las bases para un cambio de cosmovisión hacia una relativización de la ciencia, donde la misma ocupe un lugar menos pretencioso, devolviéndole el centro de la escena a la parte más humana del hombre. A mi modo de ver, éste es el punto de partida para intentar llevar adelante una vida más humana y sana, donde, habiendo aprendido la lección, podamos ser conducidos por una ética del amor, que incluya un proyecto de hombre donde se busque la espiritualidad y la armonía tanto entre nosotros como para con el universo y la naturaleza. A mi entender, sólo una interpretación gestáltica de la vida nos permitirá recuperar (pero sobre todo establecer) nuevos valores fundamentales para salvar al mundo, que es sin duda el desafío de todas las generaciones contemporáneas.

¿Utópico? Oh sí, puedo oír cómo lo dicen. Sin embargo, creo que el cambio, silencioso y paulatino como todos los que atañen tamaña empresa, quizás esté en marcha. La razón nace de las premisas mismas: resulta imposible para el ser ocultar su lado romántico, su costado subjetivo tal y como lo pretende la lógica racional, y por lo tanto esto nunca será así. El hombre común no puede alejarse de su subjetividad completamente, puesto que allí radica el centro mismo de su humanidad, la acendrada e intransmisible sensación de ser. De hecho, creo que el paradigma lógico racional se encuentra en decadencia, más allá de su persistente dominio. La física cuántica ha aportado desde el mismísimo lado científico serias dudas a los axiomas positivistas (principio de incertidumbre de Heissenberg), y existen también otros indicios: reflorecimiento de de terapias alternativas, asumiendo cada vez más el estado de ánimo como motor de cambio, creador del problema y de la solución; pensadores y obras artísticas denunciantes, teorías que cuestionan (teoría del caos, principio antrópico); comunidades que se confinan a vivir de un modo austero y no contaminante; ONGs y partidos ecologistas. Todos estos síntomas representan un indicio de cambio y lucha que será preciso acompañar con un proyecto de hombre que nos permita no sólo evitar el desastre ecológico y salvar el planeta (lo cual ya sería invalorable), sino también construir una forma de vida más armónica, con un piso de consenso ético (no violencia, ¡no gente muriendo de hambre!) superior.

Creo que nos acercamos, quizá como reza una interpretación de las profecías mayas, al fin de una civilización sacrificada a un pequeño aspecto de sí misma, donde el cambio se vuelve cada día más necesario. Para eso, parece fundamental lo siguiente: que cada uno se haga cargo de la crisis y haga lo posible para aportar al cambio desde su lugar, puesto que el problema no radica tanto en una idea externa como en la necesidad interna de comprender de otro modo la realidad que ya vivimos. El político desde la política, el educador desde la educación, el artista desde el arte y, en definitiva, cada uno desde lo que transmite en la vida cotidiana, no sólo discursivamente, sino en la forma de decidir y encarar cada uno de nuestros actos. Un proverbio chino reza: antes de cambiar el mundo, dale tres vueltas a tu propia casa. Esto es, en definitiva, lo que creo.

4 comentarios:

  1. Me parece fantástico lo que escribís Fernando.
    ¿Lo comentás el lunes?
    Estaría buenísimo!!!!!!!!!!!!!!!!!
    Abrazo.

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  2. Creo que no somos merecedores de este planeta.
    Y de muchas otras cosas... El hombre por naturaleza es destructivo. Lleva en sí mismo todo para destruir.
    Crea. Y lo que crea lo usa para destruir. Algunos inconscientemente. Muchos otros con entusiasmo.
    No sé bien qué es lo que va a pasar en el 2012.. pero algo va a suceder. Es más un sentimiento. Por eso no puedo justificarlo.
    Y si bien trato de hacer cosas para cuidar el medio ambiente, sé que en muchas otras fallo.
    Y por más que hoy mismo paremos. Es irreversible el daño ocasionado.
    Es una pena... pero esto va a terminar algún día!

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  3. Toda visión es parcial, sobre todo la de la ciencia post-revolución industrial donde predomina la división y la especialización y el estudio de compartimentos estancos olvidando lo demás, lo que queda fuera de análisis por estupidez o probablemente con intención... No se... No nos olvidemos que la teoría que predomina es porque está dentro del paradigma vigente y todo lo demás pretendemos que no exista...
    Sin duda es necesario un cambio desde una visión holística, que integre disciplinas y que contemple todos los aspectos del ser.
    Pero cuando escucho a políticos hablar y veo a aquellos de otro partido que leen el diario hablan por celular y no prestan la mas mínima atención a lo que dicen los demás porque ellos tienen mayoría o por que no van a dar quórum o porque los discursos no dicen nada que tenga que ver con los actos... esa falta de respeto, esa indiferencia a lo que el otro piensa... no hace mas que hundirme en el pesimismo...
    ver como se comporta la gente en calle... incluyendo a mucha gente joven... corriendo dentro de un sistema que se encamina a la autodestrucción o creyendo estar fuera de él... cuando en realidad eso también sirve al sistema...
    Se también que hay muchas buenas intenciones pero también hay muchas malas y egoístas y estas últimas con una ceguera avanzada...
    Me alegra que sigas escribiendo, voy a leer la novela en cuanto pueda, un abrazo!
    SH

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  4. Entiendo que el vaso está aún más vacío que lleno, pero vale la pena el esfuerzo de sobreponerse y tratar de equilibrar la balanza.
    A propósito, va una buena noticia: El lunes salió una nota muy buena en página/12 sobre un fallo ejemplar de la justicia de Santa Fe, que prohíbe el uso de glisfosato en las cercanías urbanas de San Jorge. La resolución puede sentar precedente en este aspecto, y realmente tiene frases deliciosas como una invitación a los jueces a que "repiensen que los avances tecnológicos no son poderes que se legitiman a sí mismos”.
    Acá dejo la dirección donde está la nota:
    http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-142032-2010-03-15.html

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