viernes, 31 de agosto de 2012

Verdadera naturaleza del espíritu

"Arjuna dice: 
(...)
Porque nada veo que pueda consolar la aflicción que conturba mis sentidos, aunque alcanzara la indisputada monarquía de la Tierra y aun la soberanía de los seres celestiales.
El Sabio Sanjaya dice:
Luego que hubo así hablado Arjuna, dijo de nuevo a Govinda: '¡No pelearé!' Y quedó silencioso.
Entonces, ¡Oh, Bhârata!, respondió Krishna sonriente al que tan abatido se veía entre ambas huestes:
El Bendito Señor Krishna dice:
Te lamentas de lo que no debieras lamentarte. ¡Aún son tus palabras de engañosa sabiduría! El sabio no se lamenta ni por los vivos ni por los muertos.
Ni yo, ni tú, ni esos príncipes de hombres, en tiempo alguno hemos dejado de ser, ni dejaremos de ser en adelante.
Así como el morador del cuerpo pasa en él por la infancia, la juventud y la vejez, así también pasa a otro cuerpo. Quien es firme, no se apesadumbra por esto.
El contacto con la materia, ¡oh hijo de Kunti!, da calor y frío, placer y dolor, que en alternativos vaivenes se funden transitoriamente. Sopórtalos con valor, ¡oh, Bhârata!
(...)
Lo que no existe no tiene ser, y lo que existe jamás cesará de ser. La verdad de ello ha sido percibida por los videntes de la Esencia de las cosas.
(...)
Aquél cuyo corazón está libre de ansiedad en el dolor, indiferente al placer, desapegado de la pasión, del temor y de la cólera, aquél puede llamarse sabio de mente serena."

Bhagavad Gita.

sábado, 25 de agosto de 2012

Cuadernos



"Durante algún tiempo todavía, voy a poder escribir todo esto y testimoniarlo. Pero llegará el día en que mi mano estará distante, y cuando le ordene escribir, trazará palabras que yo no piense. Va a llegar el tiempo de la otra explicación, en el que las palabras se desatarán, en el que cada significado se deshará como una nube y caerá como agua. A pesar de mi miedo soy, sin embargo, semejante a alguien que se mantiene ante las grandes cosas, y recuerdo que antes sentía en mí destellos semejantes cuando iba a escribir. Pero esta vez estaré escrito. Soy la impresión que va a transformarse. ¡Oh! Con un poco más podría comprender todo, y aprobar todo. Un paso solamente, y mi profunda miseria se transformaría en felicidad. Pero ese paso, no puedo darlo; he caído y no puedo ya levantarme, porque estoy roto. Hasta ahora, he creído que podía ver venir un socorro. He aquí ante mí, de mi propia letra, lo que he rogado, noche tras noche. He transcrito esto de los libros donde lo he encontrado, para que fuese más próximo, para que fuese salido de mi mano, como brotado de mí mismo. Y ahora quiero copiarlo una vez más, aquí, ante mi mesa, de rodillas; quiero escribirlo, porque así lo tengo en mí más tiempo que leyéndolo, y cada palabra toma duración y tiene tiempo de resonar."

Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, Rainer Maria Rilke.

jueves, 16 de agosto de 2012

Ante la ley

"Ante la Ley hay un guardián. Un campesino se presenta frente a este guardián, y solicita que le permita entrar en la Ley. Pero el guardián contesta que por ahora no puede dejarlo entrar. El hombre reflexiona y pregunta si más tarde lo dejarán entrar.
- Tal vez -dice el centinela-, pero no por ahora.
La puerta de la Ley está abierta, como de costumbre; cuando el guardián se hace a un lado, el hombre se inclina para espiar. El guardián lo ve, se sonríe y le dice:
- Si tu deseo es tan grande haz la prueba de entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda que soy poderoso. Y sólo soy el último de los guardianes. Entre salón y salón también hay guardianes, cada uno más poderoso que el otro. Ya el tercer guardián es tan terrible que no puedo mirarlo siquiera.
El campesino no había previsto estas dificultades; la Ley debería ser siempre accesible para todos, piensa, pero al fijarse en el guardián, con su abrigo de pieles, su nariz grande y aguileña, se barba negra de tártaro, rala y negra, decide que le conviene más esperar. El guardián le da un banquito y le permite sentarse a un costado de la puerta.
Allí espera días y años. Intenta infinitas veces entrar y fatiga al guardián son sus súplicas. Con frecuencia el guardián conversa brevemente con él, le hace preguntas sobre su país y sobre muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y, finalmente siempre le repite que no puede dejarlo entrar. El hombre, que se ha provisto de muchas cosas para el viaje, sacrifica todo, por valioso que sea, para sobornar al guardián. Este acepta todo, en efecto, pero le dice:
- Lo acepto para que no creas que has omitido ningún esfuerzo.
Durante esos largos años, el hombre observa casi continuamente al guardián: se olvida de los otros y le parece que éste es el único obstáculo que lo separa de la Ley. Maldice su mala suerte, durante los primeros años audazmente y en voz alta; más tarde, a medida que envejece, sólo murmura para sí. Retorna a la infancia, y como en su cuidadosa y larga contemplación del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de piel, también suplica a las pulgas que lo ayuden y convenzan al guardián. Finalmente, su vista se debilita, y a no sabe si realmente hay menos luz, o si sólo lo engañan sus ojos. Pero en medio de la oscuridad distingue un resplandor, que surge inextinguible de la puerta de la Ley. Ya le queda poco tiempo de vida. Antes de morir, todas las experiencias de esos largos años se confunden en su mente en una sola pregunta, que hasta ahora no ha formulado. Hace señas al guardián para que se acerque, ya que el rigor de la muerte comienza a endurecer su cuerpo. El guardián se ve obligado a agacharse mucho para hablar con él, porque la disparidad de estaturas entre ambos ha aumentado bastante con el tiempo, para desmedro del campesino.
- ¿Qué quieres saber ahora? -pregunta el guardián-. Eres insaciable.
- Todos se esfuerzan por llegar a la Ley -dice el hombre-; ¿cómo es posible entonces que durante tantos años nadie más que yo pretendiera entrar?
El guardián comprende que el hombre está por morir, y para que sus desfallecientes sentidos perciban sus palabras, le dice junto al oído con voz atronadora:
- Nadie podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a cerrarla."

Franz Kafka.