martes, 31 de julio de 2012

Sabores


"Pero así eran las cosas, para qué negarlo. Todo aquello tenía un aire definitivo, un mensaje que proyectaba la inminencia de la definición ansiada. Había que leer tus palabras, lo bien que iba todo allá, cada vez mejor. Tanto así que no sabías hasta cuándo se extendería tu estancia, y entonces se dibujaba una última advertencia en cada frase tuya, como la antesala de un olvido, y creía entrever en cada una de tus palabras un anuncio, la ruptura entre dos islas que ya no sabrán más la una de la otra, salvo el rumor imperceptible del océano que intercede. Y luego qué, esa sal que la brisa depositara en mi boca se haría cada vez más inalcanzable, y yo me aferraría cada vez más a ella, como al deseo de una voz vuelto sabor."

Fragmento de Un cielo inhóspito.

lunes, 23 de julio de 2012

Ver



Hay bastante metafísica en no pensar en nada.

¿Qué pienso yo del mundo?
¡Qué se yo lo que pienso del mundo!
Si yo me enfermase pensaría en eso.

¿Qué idea tengo yo de las cosas?
¿Qué opinión tengo sobre las causas y los efectos?
¿Qué he meditado sobre Dios y el alma
Y sobre la creación del mundo?
No sé. Para mí pensar en eso es cerrar los ojos
Y no pensar. Es correr las cortinas
De mi ventana (pero ella no tiene cortinas).

¿El misterio de las cosas? ¡Qué se yo lo que es el misterio!
El único misterio es que exista quien piense el misterio.
Quien está al sol y cierra los ojos,
Comienza a no saber qué es el sol
Y a pensar muchas cosas llenas de calor.
Pero abre los ojos y ve el sol,
Y ya no puede pensar en nada,
Porque la luz del sol vale más que los pensamientos
De todos los filósofos y de todos los poetas.
La luz del sol no sabe lo que hace
Y por eso no yerra y es común y buena.

¿Metafísica? ¿Qué metafísica tienen aquellos árboles?
La de ser verdes y con copas y la de tener ramas
Y la de dar fruto en su hora, lo que nos hace pensar,
A nosotros, que no sabemos darnos cuenta de ellos,
Pero, ¿qué mejor metafísica que la de ellos,
Que es la de no saber para qué viven
Ni saber que no lo saben?

'Constitución íntima de las cosas'...
'Sentido íntimo del universo'...
Todo esto es falso, todo esto no quiere decir nada.
Es increíble que se puede pensar en cosas de esas.
Es como pensar en razones y fines
Cuando el comienzo de la mañana está rayando, y por los lados de los árboles
Un vago oro lustroso va perdiendo la oscuridad.

Pensar en el sentido íntimo de las cosas
Es sobrepuesto, es como pensar en la salud
O llevar un vaso al agua de las fuentes.

El único sentido íntimo de las cosas
Es no tener ningún sentido íntimo.

No creo en Dios porque nunca lo vi.
Si él quisiese que yo creyese en él,
Sin duda que vendría a hablar conmigo
Y entraría por mi puerta hacia adentro
Diciéndome: ¡Aquí estoy!


(Esto es tal vez ridículo a los oídos
De quien, por no saber lo que es mirar las cosas,
No comprende a quien habla de ellas
con un modo de hablar que reparar en ellas enseña.)

Pero si Dios es las flores y los árboles
Y los montes y el sol y la luz de luna,
Entonces creo en él,
Entonces creo en él a toda hora,
Y mi vida es toda una oración y una misa,
Es una comunión con los ojos y por los oídos.

Pero si Dios es los árboles y las flores
Y los montes y la luz de luna y el sol,
¿Para qué lo llamo Dios?
Lo llamo flores y árboles y montes y sol y luz de luna;
Porque si él se hizo, para que yo lo vea,
Sol y luz de luna y flores y árboles y montes,
Si él se me aparece siendo árboles y montes
Y luz de luna y sol y flores,
Es que él quiere que yo lo conozca
Como árboles y montes y luz de luna y sol y flores.

Y por eso le obedezco,
(¿Qué más sé yo de Dios que Dios de sí mismo?),
Le obedezco al vivir, espontáneamente,
Como quien abre los ojos y ve,
Y lo llamo luz de luna y sol y flores y árboles y montes,
Y lo amo sin pensar en él,
Y lo pienso viendo y oyendo,
Y ando con él a toda hora.

Fernando Pessoa.



domingo, 8 de julio de 2012

Una rosa amarilla




"Ni aquella tarde ni la otra murió el ilustre Giambattista Marino, que las bocas unánimes de la Fama (para usar una imagen que le fue cara) proclamaron el nuevo Homero y el nuevo Dante, pero el hecho inmóvil y silencioso que entonces ocurrió fue en verdad el último de su vida. Colmado de años y gloria, el hombre se moría en un vasto lecho español de columnas labradas. Nada cuesta imaginar a unos pasos un sereno balcón que mira al poniente y, más abajo, mármoles y laureles y un jardín que duplica sus graderías en un agua rectangular. Una mujer ha puesto en una copa una rosa amarilla; el hombre murmura los versos inevitables que a él mismo, para hablar con sinceridad, ya lo hastían un poco:

Púrpura del jardín, pompa de prado
gema de primavera, ojo de abril...


Entonces ocurrió la revelación. Marino vio la rosa, como Adán pudo verla en el Paraíso, y sintió que ella estaba en su eternidad y no en sus palabras y que podemos mencionar o aludir pero no expresar y que los altos y soberbios volúmenes que formaban en un ángulo de la sala una penumbra de oro no eran (como su vanidad soñó) un espejo del mundo, sino una cosa más agregada al mundo.
Esta iluminación alcanzó Marino en la víspera de su muerte, y Homero y Dante acaso la alcanzaron también."

Jorge Luis Borges, El hacedor.