martes, 31 de diciembre de 2013

Diario de un mal año




"Anoche releí el quinto capítulo de la segunda parte de Los hermanos Karamazov, el capítulo en el que Ivan devuelve su boleto de admisión al universo que dios ha creado, y me eché a llorar de modo incontrolable. He leído estas páginas innumerables veces, y sin embargo, en vez de estar inmunizado contra su fuerza, cada vez soy más vulnerable a ella. ¿Por qué? (...) Mucho más poderosos que el contenido de su argumento, que no es fuerte, son los acentos de angustia, la angustia personal de un alma incapaz de soportar los horrores de este mundo. Es la voz de Iván, tal como la presenta Dostoievski, no su razonamiento, lo que me emociona.(...) incluso mientras uno pregunta, desconcertado, cómo es posible que un cristiano, Dostoievski, un seguidor de Cristo, pudo permitirle a Iván unas palabras tan poderosas... incluso en medio de todo esto hay suficiente espacio para pensar también: ¡Bendito sea! ¡Por fin lo veo ante mí, la batalla que se libra en lo más alto! Si a alguien (a Aliosha, por ejemplo) le es concedido vencer a Iván, mediante la palabra o el ejemplo, ¡entonces realmente la palabra de Cristo quedará confirmada por siempre! Y, por lo tanto, uno piensa: Slava, Fedor Mijailovich! ¡Que tu nombre resuene eternamente en la galería de los personajes famosos!
Y uno también le está agradecido a Rusia, a la Madre Rusia, por presentarnos con tan indiscutible certidumbre, los niveles hacia los que todo novelista serio debe esforzarse, incluso sin la menor posibilidad de alcanzarlos: el nivel del maestro Tolstoi por un lado y el del maestro Dostoievski por el otro. Siguiendo su ejemplo uno se convierte en mejor artista. Aniquilan tus pretensiones más impuras; te aclaran la visión; fortalecen tu brazo."

Fragmento de Diario de un mal año, de J. M. Coetzee.

"Pero no hablé de las lágrimas de los hombres que inundan la tierra porque no terminaría más. Te confieso humildemente que no comprendo la razón de estas cosas. Y la culpa es exclusivamente de los hombres. Tuvieron a su alcance el paraíso y, además, quisieron la libertad a sabiendas que los haría desgraciados. Por lo tanto, no merecen ninguna compasión. Mi humilde entendimiento terrenal sólo me habilita a comprender que existe el dolor, que no hay culpables, que todo está relacionado, que todo pasa y encuentra su equilibrio. Éstas son las perogrulladas de Euclides y yo no puedo vivir basándome en ellas. ¿Para qué me sirve todo esto, al fin y al cabo? Necesito una compensación, si no, me voy a destruir a mí mismo. Y no cualquier compensación en algún lugar, en el infinito: quiero una justicia aquí abajo, que se pueda ver. Tuve fe, quiero ser testigo de este acto de justicia y si estoy muerto para entonces, quiero resucitar. Sería tristísimo que pasara esto y yo no me diera cuenta. No deseo que mi cuerpo, que sufre y es culpable, sólo sirva para construir una armonía futura que va a beneficiar a no sé quién. Quiero ver con estos ojos al ciervo durmiendo junto al león, a la víctima besando a su asesino. En este deseo se fundan todas las religiones y yo tengo fe. Yo quiero estar cuando se anuncie el porqué de todas las cosas."

Fragmento de Los hermanos Karamazov, de Fedor Dostoievski.

sábado, 14 de diciembre de 2013

Residencia en la tierra



NO HAY OLVIDO (SONATA)

Si me preguntáis en dónde he estado
debo decir “Sucede”.
Debo de hablar del suelo que oscurecen las piedras,
del río que durando se destruye:
no sé sino las cosas que los pájaros pierden,
el mar dejado atrás, o mi hermana llorando.
Por qué tantas regiones, por qué un día
se junta con un día? Por qué una negra noche
se acumula en la boca? Por qué muertos?

Si me preguntáis de dónde vengo, tengo que conversar con
      cosas rotas,
con utensilios demasiado amargos,
con grandes bestias a menudo podridas
y con mi acongojado corazón.

No son recuerdos los que se han cruzado
ni es la paloma amarillenta que duerme en el olvido,
sino caras con lágrimas,
dedos en la garganta,
y lo que se desploma de las hojas:
la oscuridad de un día transcurrido,
de un día alimentado con nuestra triste sangre.

He aquí violetas, golondrinas,
todo cuanto nos gusta y aparece
en las dulces tarjetas de larga cola
por donde se pasean el tiempo y la dulzura.

Pero no penetremos más allá de esos dientes,
no mordamos las cáscaras que el silencio acumula,
porque no sé qué contestar:
hay tantos muertos,
y tantos malecones que el sol rojo partía,
y tantas cabezas que golpean los buques,
y tantas manos que han encerrado besos,
y tantas cosas que quiero olvidar.

De Residencia en la tierra, de Pablo Neruda.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Viaje a la semilla



"Cuando los muebles crecieron un poco más y Marcial supo como nadie lo que había debajo de las camas, armarios y vargueños, ocultó a todos un gran secreto: la vida no tenía encanto fuera de la presencia del calesero Melchor. Ni Dios, ni su padre, ni el obispo dorado de las procesiones del Corpus, eran tan importantes como Melchor.
Melchor venía de muy lejos. Era nieto de príncipes vencidos. En su reino había elefantes, hipopótamos, tigres y jirafas. Ahí los hombres no trabajaban, como Don Abundio, en habitaciones oscuras, llenas de legajos. Vivían de ser más astutos que los animales. Uno de ellos sacó el gran cocodrilo del lago azul, ensartándolo con una pica oculta en los cuerpos apretados de doce ocas asadas. Melchor sabía canciones fáciles de aprender, porque las palabras no tenían significado y se repetían mucho. Robaba dulces en las cocinas; se escapaba, de noche, por la puerta de los cuadrerizos, y, cierta vez, había apedreado a los de la guardia civil, desapareciendo luego en las sombras de la calle de la Amargura.
En días de lluvia, sus botas se ponían a secar junto al fogón de la cocina. Marcial hubiese querido tener pies que llenaran tales botas. La derecha se llamaba Calambín. La izquierda, Calambán. Aquel hombre que dominaba los caballos cerreros con sólo encajarles dos dedos en los belfos; aquel señor de terciopelos y espuelas, que lucía chisteras tan altas, sabía también lo fresco que era un suelo de mármol en verano, y ocultaba debajo de los muebles una fruta o un pastel arrebatados a las bandejas destinadas al Gran Salón. Marcial y Melchor tenían en común un depósito secreto de grageas y almendras, que llamaban el 'Urí, urí, urá', con entendidas carcajadas. Ambos habían explorado la casa de arriba abajo, siendo los únicos en saber que existía un pequeño sótano lleno de frascos holandeses, debajo de las cuadras, y que en desván inútil, encima de los cuartos de criadas, doce mariposas polvorientas acababan de perder las alas en caja de cristales rotos."

Fragmento de Viaje a la semilla, de Alejo Carpentier. 

jueves, 14 de noviembre de 2013

Auras



"Te moverás unos pasos para que la luz de las veladoras no te ciegue. La muchacha mantiene los ojos cerrados, las manos cruzadas sobre el muslo: no te mira. Abre los ojos poco a poco, como si temiera los fulgores de la recámara. Al fin, podrás ver esos ojos de mar que fluyen, se hacen espuma, vuelven a la calma verde, vuelven a inflamarse como una ola: tú los ves y te repites que no es cierto, que son unos hermosos ojos verdes idénticos a todos los hermosos ojos verdes que has conocido o podrás conocer. Sin embargo, no te engañas: esos ojos fluyen, se transforman, como si te ofrecieran un paisaje que sólo tú puedes adivinar y desear."

"Y ya no piensas, porque existen cosas más fuertes que la imaginación: la costumbre que te obliga a levantarte, buscar un baño anexo a esa recámara, no encontrarlo, salir restregándote los párpados, subir al segundo piso saboreando la acidez pastosa de la lengua, entrar a tu recámara acariciándote las mejillas de cerdas revueltas, dejar correr la llave de la tina e introducirte en el agua tibia, dejarte ir, no pensar más.
Y cuando te estés secando, recordarás a la vieja y a la joven que te sonrieron, abrazadas, antes de salir juntas, abrazadas: te repites que siempre, cuando están juntas, hacen exactamente lo mismo, se abrazan, sonríen, comen, hablan, entran, salen al mismo tiempo como si una imitara a la otra. Te cortas ligeramente la mejilla, pensando estas cosas mientras te afeitas; haces un esfuerzo para dominarte. Terminas tu aseo contando los objetos del botiquín, los frascos y tubos que trajo de la casa de huéspedes el criado al que nunca has visto: murmuras los nombres de esos objetos para olvidar lo otro, lo otro sin nombre, sin marca, sin consistencia racional. ¿Qué espera de ti Aura? acabas por preguntarte, cerrando de golpe el botiquín. ¿Qué quiere?"

Fragmentos de Aura, de Carlos Fuentes.

martes, 15 de octubre de 2013

Me viene, hay días, una gana ubérrima



Me viene, hay días, una gana ubérrima, política,
de querer, de besar al cariño en sus dos rostros,
y me viene de lejos un querer
demostrativo, otro querer amar, de grado o fuerza,
al que me odia, al que rasga su papel, al muchachito,
a la que llora por el que lloraba,
al rey del vino, al esclavo del agua,
al que ocultose en su ira,
al que suda, al que pasa, al que sacude su persona en mi alma.
Y quiero, por lo tanto, acomodarle
al que me habla, su trenza; sus cabellos, al soldado;
su luz, al grande; su grandeza, al chico.
Quiero planchar directamente
un pañuelo al que no puede llorar
y, cuando estoy triste o me duele la dicha,
remendar a los niños y a los genios.

Quiero ayudar al bueno a ser su poquillo de malo
y me urge estar sentado
a la diestra del zurdo, y responder al mudo,
tratando de serle útil en
lo que puedo, y también quiero muchísimo
lavarle al cojo el pie,
ayudarle a dormir al tuerto próximo.

¡Ah querer, éste, el mío, el mundial,
interhumano y parroquial, provecto!
Me viene a pelo,
desde el cimiento, desde la ingle pública,
y viniendo de lejos, da ganas de besarle
la bufanda al cantor,
y al que sufre, besarle en su sartén,
al sordo, en su rumor craneano, impávido;
al que me da lo que olvidé en mi seno,
en su Dante, en su Chaplin, en sus hombros.

Quiero, para terminar,
cuando estoy al borde célebre de la violencia
o lleno de pecho el corazón, querría
ayudar a reír al que sonríe,
ponerle un pajarillo al malvado en plena nuca,
cuidar a los enfermos enfadándolos,
comprarle al vendedor,
ayudarle a matar al matador -cosa terrible-
y quisiera yo ser bueno conmigo
en todo.

César Vallejo, de  Poemas humanos.

miércoles, 9 de octubre de 2013

Academias



"Lentamente la universidad iba trazando su cauce inicial, mientras él se sentía insignificante, allí parado como un estropajo, percibiendo las miradas incomprensivas de los últimos en ingresar, que parecían decirle qué estás haciendo, no ves que ya empezamos. Y si era cierto que aquellos formaban parte de algo que lo excluía poco importaba, puesto que él así lo creyó, pensando, qué incapacidad para las cosas simples, qué torpeza.Fue entonces cuando apareció una mujer transportando unos papeles del otro lado del mostrador, a través de la oficina sin siquiera dirigirle la mirada, a Iván que no atinó tampoco a decir algo, sólo para sus adentros alcanzó a reprocharse cuando ya era tarde, esa falta de carácter para hacerse valer, esa introversión inútil de siempre.Tenía que haber una solución pero él no podía verla, siempre se había sentido una especie de miope de la cabeza, tan convencido de cómo se le escapaban las cosas más claras y alcanzables, al enjugarse la transpiración frente a una oficina universitaria. La mujer, cierto, recordó de golpe. (...)
Ya en la calle, Iván comenzó a caminar por la vereda tibia hacia el sur, observando el mundo como un terreno hostil. Y en el recibimiento de aquel paisaje belicoso, percibía también la presencia de una otredad punzante, afanosa en su intento de permanecer y disputar ese mundo bajo su ley. Ellos, Los Otros, eran quienes hundidos en sus claustros universitarios, se preparaban para el futuro; los que en sus oficinas y empresas, brindaban por un presente de prepotencia económica; los que cebados en el circo publicitario, vaciaban huecas promesas de bienestar; los que disputándose entre la oferta y la demanda, marginaban sin tregua, cómplices. Y en medio de esa postal Iván se sentía ajeno, prisionero y guardián a la vez de aquellas reglas tan anónimas como indeseadas. Conflictivo, absurdamente conflictivo, se reprochaba mientras giraba mecánicamente hacia el oeste, adivinándose en un destino de regreso."

Fragmento de Un cielo inhóspito.

viernes, 27 de septiembre de 2013

Arte por jóvenes


Este domingo 29 de septiembre desde las 15hs, gracias a la convocatoria Arte por jóvenes que lleva adelante el Municipio de Morón, artistas de entre quince y treinta años estaremos presentando nuestras obras en el polideportivo Gorki Grana.
Esta muestra estará inmersa además en el festival La Minga, que contará con su habitual feria de artesanías, una radio abierta y música en vivo que incluye bandas seleccionadas del Morón Rock, más la presentación de Chikita López, 4 pesos de propina, Eruca Sativa y Estelares.
Todos invitados.


lunes, 16 de septiembre de 2013

Club de Lectura



Este viernes, junto a la profesora de literatura Alba Murúa, aprovechamos el espacio que nos cede la Biblioteca Pública de Haedo para inaugurar un espacio abierto de propuesta, debate y reflexión literaria, siempre necesario y saludable.
La idea en este primer encuentro es hacer un repaso general de qué está leyendo cada uno de los concurrentes, para a partir de allí diagramar y orientar un camino lecturas colectivas que permitan enriquecer la siempre perfectible mirada propia sobre las obras de los autores a abordar.
No se requiere ni erudición ni un gran cúmulo de lecturas en el haber, sino sólo ganas de leer, profundizar, compartir, o simplemente de participar en silencio de un espacio de reflexión donde el libro sea protagonista y, sin duda, nos ayude a crecer.

Reuniones quincenales. Tacuarí 674, a 5 cuadras de la estación.
Bono contribución opcional para la Biblioteca.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Un ascenso al Maelström


Al romper la ola, asoma su cabeza, traída del cabello por las manos del viento. Nadie sabe que ha venido y él no puede pensar. Sólo llora y aúlla, forcejeando con la suma levedad del aire. Olvidó si es un hombre; también el inverso remolino, cuyo vórtice no es otro que el mundo. Aquí lo molerán los días, lo gastarán los deseos. Aquí sospechará que es nadie y en tanto ha de ganar su vida. Y cuando busque en la niebla su pasado, apenas le dirán que ya ha nacido.

Daniel Gayoso, del libro Magos y animales.

sábado, 7 de septiembre de 2013

Un descenso al Maelström



"Miré, lleno de vértigo, y descubrí una vasta extensión oceánica, cuyas aguas tenían un color tan parecido a la tinta que me recordaron la descripción que hace el geógrafo nubio del Mare Tenebrarum. Ninguna imaginación humana podría concebir panorama más lamentablemente desolado. A derecha e izquierda, y hasta donde podía alcanzar la mirada, se tendían, como murallas del mundo, cadenas de acantilados horriblemente negros y colgantes, cuyo lúgubre aspecto veíase reforzado por la resaca, que rompía contra ellos su blanca y lívida cresta, aullando y rugiendo eternamente. Opuesta al promontorio sobre cuya cima nos hallábamos, y a unas cinco o seis millas dentro del mar, advertíase una pequeña isla de aspecto desértico; quizá sea más adecuado decir que su posición se adivinaba gracias a las salvajes rompientes que la envolvían. Unas dos millas más cerca alzábase otra isla más pequeña, horriblemente escarpada y estéril, rodeada en varias partes por amontonamientos de oscuras rocas.
(...)
Las descripciones ordinarias de aquel vórtice no me habían preparado en absoluto para lo que acababa de ver. La de Jonas Ramus, quizá la más detallada, no puede dar la menor noción de la magnificencia o el horror de aquella escena, ni tampoco la perturbadora sensación de novedad que confunde al espectador. No sé bien en qué punto de vista estuvo situado el escritor aludido, ni en qué momento; pero no pudo ser en la cima del Helseggen, ni durante una tormenta. He aquí algunos pasajes de su descripción que merecen, sin embargo, citarse por los detalles que contienen, aunque resulten sumamente débiles para comunicar una impresión de aquel espectáculo:

sábado, 31 de agosto de 2013

Tiempo

"Todo consiste en llegar hasta el justo término y después, dar a luz. Dejar que se complete cada impresión y madure cada germen de un sentimiento, en lo oscuro, en lo inexpresable, en lo inconsciente e inasequible para el propio entendimiento. Aguarde con profunda humildad y paciencia la hora en que ha de nacer una nueva claridad. Vivir como artista es sólo eso, tanto cuando se trata de lo intelectual como de lo creativo.
No puede medirse con parámetros de tiempo: un año no cuenta y diez años, nada son.Ser artista es no calcular ni contar. Crecer como lo hace el árbol, que no apresura su savia y que resiste, confiado, las tormentas de primavera, sin angustiarse por la posibilidad de no llegar al próximo verano. Y el verano llega, pero sólo para quienes tienen paciencia y viven despreocupados y tranquilos, como si ante ellos se extendiese la eternidad. Lo aprendo cotidianamente; lo aprendo en medio de sufrimientos a los cuales agradezco: la paciencia lo es todo."

Rilke, Cartas a un joven poeta.

martes, 27 de agosto de 2013

De príncipes y miedos



"De todos los príncipes, es el nuevo a quien le resulta prácticamente imposible obviar la fama de cruel por estar los estados nuevos llenos de peligros.Virgilio por boca de Dido dice: ´Res dura, et regni novitas me talia cogunt / moliri, et late fines custode tueri´. Con todo, debe ser ponderado en sus juicios y actuaciones, no tener miedo de sí mismo y proceder con templanza, prudencia y humanidad; de modo que el exceso de confianza no lo haga incauto y el de desconfianza, intolerable.
De esto nace una disputa; a saber: si es mejor ser amado que temido y viceversa. La respuesta es que uno desearía ser ambas cosas; mas, como es difícil conciliarlas, resulta mucho más seguro ser temido que amado cuando se haya de prescindir de una de las dos. Porque de los hombres se puede decir en general que son ingratos, volubles, mentirosos e hipócritas, temerosos del peligro, ávidos de ganancias. En tanto que los beneficias, son del todo tuyos y te ofrecen la sangre, los bienes, la vida, los hijos (siempre que no los necesites, como ya he dicho); pero, cuando llegan las dificultades, miran a otra parte. El príncipe que ha basado todo su poder en la palabra de los hombres labra su ruina por encontrarse privado de una verdadera protección; porque las amistades que se consiguen por un precio, y no por la grandeza y nobleza de espíritu, se pagan, pero no se poseen, y no se pueden disfrutar cuando vence el pago.Y sentimos menos temor de ofender a alguien que se haga amar que a alguien que se haga temer; ya que el amor es sostenido por un vínculo de reconocimiento que, por la mezquina condición humana, se rompe siempre en función del provecho propio. El temor, en cambio, se mantiene por un miedo al castigo que no te abandona jamás."

Fragmento de El Príncipe, de Nicolás Maquiavelo.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Quintaesencias



"Sucede a veces, cuando desear el  recuerdo es ya sentirlo, con el cuerpo esperando la confirmación que sólo es posible a través de un cosquilleo integral, de una sensación de sed saciada. Recuerdos profundos que no son sino únicamente a través de esa metáfora que transcurre en la carne (ese olor, esa noche), con la desesperación de recuperarlos a cuestas, para quedarnos tranquilos, si los recuperamos.
Una reminiscencia de los doce, trece años. Una amistad tibia, remota, incompleta. Llena de todo por delante. Gastada con los años, como una máscara.
Y luego una noche donde bebíamos juntos, ya adolescentes, tenuemente entrelazados. Una imagen efímera y reveladora entre los borrones del alcohol. Y un rayo de sol también, caminando de regreso por Belgrano, sosteniendo eso que me acercaba a. A ella no le importó (ella me besó a mí), y fue todo junto en aquel arrebato nocturno de nuestras bocas, de nuestras miradas en medio del ruido, irrepetibles.
Aquella figura imponente. Profunda, casta, juvenil.
Pero hay también una falta de compleción en esa reminiscencia, de impulsos trayendo el perfume del verano y el ascua nocturna como una compañía invisible. Y Eugenia es el olor a noche fundiéndose en las islas más sensibles de mi ser, de un sentido asequible a mi entendimiento, que una y otra vez requiere donde no hay recuerdo, la hora pronta en que llegado al hotel pronuncie el número sagrado.
Entonces hay que volver a la noche cordobesa, guardando por un momento el patio en la otra noche, con el gesto más simple vuelto a la vida en forma de brazo, de pulóver, de vaso de cerveza. Así había que dejar aquella incongruencia del pasado, y exhalando el humo dar cuenta de que apenas restaban minutos: más allá estaría ella esperándome en el departamento, donde habría que definir eso que era otra vez como tener doce, trece años.
Cuánto requiero esas cosas que no entiendo más allá de mi propia búsqueda. Absurda quimera deseando conseguir algo, un poco solamente, de aquello juntándose con esto otro, que necesito."

Fragmento de Un cielo inhóspito.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Flores



"Ya la puerta abierta y todos en fila, mirándola y mirando al pasajero, sin bajar, mirándolos entre los ramos que se agitaban como si hubiera viento, un viento de debajo de la tierra que moviera las raíces de las plantas y agitara en bloque los ramos. Salieron las calas, los claveles rojos, los hombres de atrás con sus ramos, las dos chicas, el viejo de las margaritas. Quedaron ellos dos solos y el 168 pareció de golpe más pequeño, más gris, más bonito. Clara encontró bien y casi necesario que el pasajero se sentara a su lado, aunque tenía todo el ómnibus para elegir. Él se sentó y los dos bajaron la cabeza y se miraron las manos. Estaban ahí, eran simplemente manos; nada más.
(...)
El muchacho aflojó el cuerpo y se dejó resbalar suavemente.
—Nunca me pasó una cosa así —dijo, como hablándose.
Clara quería llorar. Y el llanto esperaba ahí, disponible pero inútil. Sin siquiera pensarlo tenía conciencia de que todo estaba bien, que viajaba en un 168 vacío aparte de otro pasajero, y que toda protesta contra ese orden podía resolverse tirando de la campanilla y descendiendo en la primera esquina. Pero todo estaba bien así; lo único que sobraba era la idea de bajarse, de apartar esa mano que de nuevo había apretado la suya.
—Tengo miedo —dijo, sencillamente—. Si por lo menos me hubiera puesto unas violetas en la blusa.
Él la miró, miró su blusa lisa.
—A mí a veces me gusta llevar un jazmín del país en la solapa —dijo—. Hoy salí apurado y ni me fijé.
—Qué lástima. Pero en realidad nosotros vamos a Retiro.
—Seguro, vamos a Retiro.
Era un diálogo, un diálogo. Cuidar de él, alimentarlo."

Fragmento del cuento Ómnibus, de Julio Cortázar.

miércoles, 31 de julio de 2013

Cualidades de la materia



"A derecha e izquierda, todo aparecía blanco, deslumbrante. En vano buscan los ojos algún objeto, no se ve nada: ni postes, ni haces de heno, ni valla alguna. Todo lo que se divisa es blanco y movible. De pronto el horizonte parece estar inmensamente lejos; de pronto, se diría que está a dos pasos; enseguida desaparece por completo, para volver a aparecer adelante y huye cada vez más veloz, hasta que se pierde de vista. Cuando uno mira hacia el cielo, diría que está completamente claro, que pueden verse las estrellas a través de la bruma; pero están tan altas que lo único que queda a la vista es la nieve que va cayendo implacable sobre los ojos cubriéndome la cara y el cuello del sacón. El cielo está claro, incoloro, movible por donde se lo vea. El viento parece cambiar de dirección: en un momento sopla de frente y la nieve me ciega; luego, me levanta el cuello del saco por un lado y me golpea la cara; al rato, viene por detrás y penetra por todas las rendijas del trineo. No hay instante en el que dejen de oírse los cascos de los caballos, el de los trineos y el tintineo de los cascabeles, que se extingue cuando pasamos por sitios donde la nieve alcanza gran altura. De cuando en cuando, si el viento viene de frente y nos deslizamos por una llanura helada, sin nieve, se perciben distintamente los enérgicos silbidos de Ignashka y el sonido vibrante de los cascabeles con la quinta trémula. Al principio, estos sonidos rompen el triste carácter de la estepa; pero, al cabo de un rato, resultan monótonos, y se repite con una precisión insoportable una melodía que, involuntariamente, espero oír. Uno de mis pies empieza a helarse. Cuando me muevo para taparme mejor, la nieve de mi gorro y la del cuello de mi saco se deslizan por el escote, y me obligan a estremecerme. Sin embargo, como estoy bien arrebujado, me encuentro a gusto y el sueño me vence.
(...)
Luego, sin saber por qué, veo el estanque. Con el agua hasta las rodillas, los criados arrastran la red y Fiodor Filipovich, con una regadera en la mano, corretea por la orilla, dando instrucciones. A ratos, sujeta los dorados pececillos, suelta el agua turbia y echa agua clara. Es un mediodía del mes de julio. Camino por un prado, que acaban de segar, bajo los ardientes rayos de sol. Soy muy joven. Tengo la sensación de que falta algo, de que deseo algo. Voy al estanque, mi lugar preferido. Está entre unos rosales silvestres y un paseo de álamos blancos. Me hecho a dormir. Recuerdo la sensación que me embargó mientras permanecí mirando a través de los tallos rojizos, cubiertos de pinchos de los rosales, la tierra negra y reseca, y el estanque de un azul intenso, que semejaba un espejo. Sentí una satisfacción ingenua mezclada de tristeza. Todo en torno mío era bello e influía sobre mí de tal modo que me consideré bueno y me molestó que nadie me admirase. Hacía calor. Procuré dormir para consolarme; pero las insoportables moscas no me dejaron en paz, ni siquiera en ese lugar."

Fragmento de La borrasca, de León Tolstoi.

viernes, 26 de julio de 2013

Amor a primera vista



Ambos están convencidos
de que los ha unido un sentimiento repentino.
Es hermosa esa seguridad,
pero la inseguridad es más hermosa.

Imaginan que como antes no se conocían
no había sucedido nada entre ellos.
Pero ¿qué decir de las calles, las escaleras, los pasillos
en los que hace tiempo podrían haberse cruzado?

Me gustaría preguntarles
si no recuerdan
-quizá un encuentro frente a frente
alguna vez en una puerta giratoria,
o algún "lo siento"
o el sonido de "se ha equivocado" en el teléfono-,
pero conozco su respuesta.
No recuerdan.

Se sorprenderían
de saber que ya hace mucho tiempo
que la casualidad juega con ellos,

una casualidad no del todo preparada
para convertirse en su destino,

que los acercaba y alejaba,
que se interponía en su camino
y que conteniendo la risa
se apartaba a un lado.

Hubo signos, señales,
pero qué hacer si no eran comprensibles.
¿No habrá revoloteado
una hoja de un hombro a otro
hace tres años
o incluso el último martes?

Hubo algo perdido y encontrado.
Quién sabe si alguna pelota
en los matorrales de la infancia.

Hubo picaportes y timbres
en los que un tacto
se sobrepuso a otro tacto.
Maletas, una junto a otra, en una consigna.
Quizá una cierta noche el mismo sueño
desaparecido inmediatamente después de despertar.
Todo principio
no es mas que una continuación,
y el libro de los acontecimientos
se encuentra siempre abierto a la mitad.

Wislawa Szymborska.

miércoles, 17 de julio de 2013

Libreros


A partir de hoy, 17 de julio de 2013, quien quiera conseguir un ejemplar de Un cielo inhóspito en papel, puede hacerlo en Yatay Libros (Perito Moreno 92, Haedo, a 50 metros de Rivadavia). Allí encontrarán no sólo dicha novela, sino también libros de otros autores, tanto independientes como clásicos, música, muestras plásticas, revistas, y más.

"Sentado en la cama, inmóvil. De piernas cruzadas en el silencio de un cuarto trasero (otro, frío y solitario), sintiendo una paz extraña, viendo el amarillo indolente de la tarde colarse bajo la cortina, el viento arremolinarse en un rincón.El viento tocando mis piernas. Y un ámbar pálido, tenue, denso. Entonces allí sentado hubo un crepúsculo, el amarillo volviéndose anaranjado, ya no quemando sino entibiando la franja de mi pierna que se corría cada vez más, débil y fina hacia los pies, rojiza, devorada a cada silencioso segundo por las sombras."

Fragmento de Un cielo inhóspito.  

viernes, 12 de julio de 2013

Tucumán

En la orilla del día
sobrevuela un halo púrpura,
aura breve que vigila
y se hace brazo de la noche.

Sol y luna se recrean
en su hábito ancestral,
cantan, ríen,
se desnudan…

Una nube extraordinaria
duerme en franca lozanía,
y en su asiento de montaña  
endulza así el cañaveral.

sábado, 29 de junio de 2013

Valles

"Desconozco. Desconozco todo cuanto hay allí fuera, en esa oscuridad que me supera, que no puedo enfrentar. Desconozco quién es él, sus movimientos entre las ramas, sus pasos silvestres resquebrando la hojarasca. Dueño de la noche, dueño de este valle. Dueño de mí mismo, ahora que me hallo aquí, sumido en mi propia arena, con el cuchillo apenas en mi mano rojiza de tanto empuñar.
Oigo el río y mi propia respiración como una compañía. Eso es todo lo que tengo, y ahora siento que es lo único que siempre he tenido. Vuelvo a pensar en el otro, y entonces sólo deseo escapar por el valle bajo la luz de la luna, camino a dónde en plena madrugada, no lo sé, no lo entiendo más allá de mi imaginación que sueña un pueblo inesperado, encontrado al pie de la montaña, loco e infinito tras el surco que dejan mis piernas en los pastizales.
Estoy solo, solo como no he estado nunca jamás, y sé perfectamente que nadie oiría mis gritos en este lugar remoto. Me observo a mí mismo perdido en el miedo, y sólo hallo al niño que temía dormirse al pie de la ventana, sin valor para apagar la luz. Sólo hallo el miedo amargo, tan tempranamente descubierto, de cerrar los ojos y enfrentar la noche, extrañando siempre el día." 

Fernando Vega.

lunes, 17 de junio de 2013

Espejismos



"En lo que concierne a las ideologías profanas, Guénon denuncia la idea de progreso que es pura y simplemente negada, salvo en el plano de la fuerza material: para él no hay un solo sector del pensamiento y de la actividad humanas donde no se manifieste una verdadera regresión. Muestra Guénon cómo esta idea de progreso rige, a la manera de una verdadera sugestión, todas nuestras reacciones y todos nuestros juicios, como si bastara venir después de una época para serle superior. Se enfrenta también a la superstición de la ciencia, que no es, dice él, más que un 'saber ignorante'. No es que los resultados de la ciencia sean contestados en lo que tienen de cierto (en matemáticas la competencia de Guénon era indiscutible), pero lo son en su pretensión de constituir la única forma de saber auténtico. Pues la ciencia a menudo se convierte en un ídolo que hace reinar un verdadero terrorismo cultural. (...) Combate igualmente lo que llama la ilusión de la vida cotidiana que es, en efecto, uno de los obstáculos más poderosos para la recepción de la doctrina tradicional y su aplicación. Esta ilusión, que se podría llamar también la de la 'vida corriente', ilusión que todo tiende a reforzar en la sociedad actual, desde la sobrevaloración del trabajo hasta el culto al ocio y la televisión, consiste en creer que la existencia humana es un dominio cerrado, neutro y autónomo, donde no tenemos otra cosa que hacer que producir, consumir, gozar, evitar los males, mientras que la religión constituiría un dominio exterior que se tiene perfecto derecho a ignorar."

Espiritualidad de los movimientos esotéricos modernos, Antoine Faivre/Jacob Needleman.

miércoles, 12 de junio de 2013

Solamente las noches



escribiendo
he pedido, he perdido.

en esta noche, en este mundo,
abrazada a vos,
alegría de naufragio.

he querido sacrificar mis días y mis semanas
en las ceremonias del poema.

he implorado tanto
desde el fondo de los fondos
de mi escritura.

Coger y morir no tienen adjetivos.

Alejandra Pizarnik.

viernes, 7 de junio de 2013

Planes



"Comprendí que debía alejarme un tiempo, pero a la vez era algo inevitable acercarme, buscar señales como un náufrago en el cielo. Una y otra vez la llamaba o caminaba por Belgrano en su furtiva búsqueda, subía desde Irigoyen pasando por Ortiz de Rosas, Mariano Moreno, Entre Ríos. Caminaba a la hora del crepúsculo de sur a norte, disimulando pesadamente en cada esquina, soplando en el hueco de mis manos entrelazadas para calentarme del primer fresco nocturno. Cedía lánguidamente a mis arrebatos, aún cuando supiera perfectamente que lo mejor era otra cosa: un decantar del tiempo, una espera paciente. ¿Una espera, sí, pero una espera de qué? Me era tan difícil obviarla, comenzar cualquier cosa por más insignificante que fuera sin caer en mis frágiles evocaciones… En ese círculo vicioso, sin embargo, hallaba también una virtud. Puesto que de la reflexión había obtenido un fruto: el contacto que perduraba aún entre ambos, ya alejados de la rutina escolar. Esos encuentros esporádicos trabajados como una fina arquitectura.
Y así una semana, dos, largas horas en las que me costaba conciliar el sueño, sumergido en un libro o en el ajedrez, salpicando posiciones inánimes como una roca. Había descubierto la infinidad de pequeños sonidos nocturnos que se suceden mientras descansamos. Desgastado por mis circunloquios, padecía cada noche como una penitencia y cada amanecer como un justo castigo. Durante el día deambulaba ojeroso y redundante: preso de mi obsesión, vagabundo de mi cuarto, asaltante de mi cama. Y sin declinar nunca mi ronda crepuscular, renovaba la esperanza de interceptarla cada atardecer, camino a la parada del colectivo."

Fragmento de Un cielo inhóspito. 

viernes, 31 de mayo de 2013

Día de otoño

Señor: es hora. Largo fue el verano.
Pon tu sombra en los relojes solares,
y suelta los vientos por las llanuras.

Haz que sazonen los últimos frutos;
concédeles dos días más del sur,
úrgeles a su madurez y mete
en el vino espeso el postrer dulzor.

No hará casa el que ahora no la tiene,
el que ahora está solo lo estará siempre,
velará, leerá, escribirá largas cartas,
y deambulará por las avenidas,
inquieto como el rodar de las hojas.

Rainer María Rilke.

domingo, 26 de mayo de 2013

Imaginaciones



"Retazos de nubes como jirones de cabello, filas incontables de transeúntes yendo hacia ningún lugar. La vida es un poco eso, grandes bocanadas de humo esparciéndose en el espacio. Son como anillos: nacen y se desvanecen, equívocos.
Desde aquí (este banco de plaza donde cae el sol de la tarde), aquella muchacha se ve realmente atractiva. Sus caderas se balancean como las de una mulata, y es más rubia que el sol. Camina, fluye como una ola, mira hacia atrás, se vuelve. Es tan ridículo sentirme así, con el estómago revolviéndose de esta manera, haciéndome doblar del dolor mientras aquel rostro suave y femenino se enmarca en los anillos grises.
Cruzaré la calzada, tengo que hacerlo. Lo haré porque si no, tras beber el café ella se irá como se ha ido siempre, se marchará frente a mis ojos sin que yo pueda explicarle nada, de por qué se revuelve mi estómago, ni de lo inaguantables que han sido estos días, estos largos días como meses, abrevados de dolores como años, tan largos y tan pesados que parecen derribarme al ir cruzando la calzada hacia ella, con el sudor azuzándome el cuerpo.
Pero son sólo los nervios. Voy hacia ella, lo diré todo. Camino hacia ella (y sus caderas se balancean como las de una mulata, aunque es más rubia que el sol). Y si voy es porque hay una línea recta uniéndonos sin saberlo, mientras caminamos hacia regiones desconocidas, buscando torpemente sin entender nada, de por qué estamos tan cerca, acelerando como tontos palpitares en el crepúsculo. Al principio somos un arco iris rayando el cielo, y luego un sol redondamente rojo, chispeante y refulgente. Caminamos y al volverse hacia mí, tus ojos son dos faros verdes que se encienden sin que yo entienda, por qué empezás a correr, ni hacia donde te persigo. Corremos, juntos, para qué, si es sólo cuestión de sentarse a charlar, de pasar la noche unidos comprendiéndonos, en lugar de viajar sin sentido por estas calles cada vez más oscuras, cada vez más solos y más juntos."

Fragmento de  Un cielo inhóspito.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Orillas



"La otra parte de la historia comenzó cuando ella, un tiempo después, se acostumbró a estar fuera de su casa durante horas que nada tenían que ver con el trabajo; llegaba tarde cuando se citaban, y a veces se levantaba muy tarde por la noche, se vestía y se iba afuera sin decir una palabra. Él no se animaba a decir nada, no se animaba a decir mucho y atacar de frente, porque están viviendo de lo que ella gana y de su trabajo con Serrano no sale más que alguna copa que le pago de vez en cuando. Así que se calló la boca y aceptó su turno de molestarla a ella con su malhumor, un malhumor distinto y que se agrega al que se les vino encima desde la tarde en que Montes trató de robarme y que pienso no los abandonará hasta que se mueran. Desconfió y se estuvo llenando de ideas estúpidas hasta que un día la siguió y la vio ir al puerto y arrastrar los zapatos por las piedras, sola, y quedarse mucho tiempo endurecida mirando para el lado del agua, cerca, pero aparte de las gentes que van a despedir a los viajeros. Como en los cuentos que ella le había contado, no había ningún hombre. Esa vez hablaron, y ella le explicó; Montes también insiste en otra cosa que no tiene importancia: porfía, como si yo no pudiera creérselo, que ella se lo explicó con voz natural y que no estaba triste ni con odio ni confundida. Le dijo que iba siempre al puerto, a cualquier hora, a mirar los barcos que salen para Europa. Él tuvo miedo por ella y quiso luchar contra esto, quiso convencerla de que lo que estaba haciendo era peor que quedarse en casa; pero Kirsten siguió hablando con voz natural, y dijo que le hacía bien hacerlo y que tendría que seguir yendo al puerto a mirar cómo se van los barcos, hacer algún saludo o simplemente mirar hasta cansarse los ojos, cuantas veces pudiera hacerlo."

Fragmento del cuento Esbjerg, en la costa, de Juan Carlos Onetti.

miércoles, 8 de mayo de 2013

Áskesis

"¡Emprender el vuelo cada día! Al menos durante un momento, por breve que sea, mientras resulte intenso. Cada día debe practicarse un `ejercicio espiritual´ -solo o en compañía de alguien que, por su parte, aspire a mejorar-. Ejercicios espirituales. Escapar de tiempo. Esforzarse por despojarse de sus pasiones, sus vanidades, del prurito ruidoso que rodea al propio nombre (y que de cuando en cuando escuece como una enfermedad crónica). Huir de la maledicencia. Liberarse de toda pena u odio. Amar a todos los hombres libres. Eternizarnos al tiempo que nos dejamos atrás.
Semejante tarea en relación con uno mismo es necesaria, justa semejante ambición. Son muchos quienes se vuelcan por completo en la militancia política, en los preparativos de la revolución social. Pero escasos, muy escasos, los que como preparativo revolucionario optan por hacerse hombres dignos." G. Friedmann 

"A su vez esta askesis, que es preciso entender no como ascetismo sino como práctica de un ejercicio espiritual, era contemplada ya por la tradición filosófica de la Antigüedad. (...) En las escuelas helenísticas y romanas de filosofía es donde el fenómeno resulta más sencillo de observar. Los estoicos, por ejemplo, lo proclaman de forma explícita: según ellos, la filosofía es 'ejercicio'. En su opinión la filosofía no consiste en la mera enseñanza de teorías abstractas o, aún menos, en la exégesis textual, sino en un arte de vivir, en una actitud concreta, en determinado estilo de vida capaz de comprometer por entero la existencia. (...) Según todas las escuelas filosóficas, la principal causa de sufrimiento, desorden e inconsciencia del hombre proviene de sus pasiones: de sus deseos desordenados, de sus temores exagerados. El dominio que sobre él ejercen las preocupaciones le impide vivir en la verdad. La filosofía aparece en primer lugar, pues, como terapia de las pasiones ('Esforzarse por despojarse de sus pasiones', escribe Friedmann). Cada escuela dispone de su propio método terapéutico, pero todas entienden tal terapia unida a una transformación profunda de la manera de ver y de ser el individuo. Los ejercicios espirituales tendrán como objetivo, justamente, llevar a cabo esta transformación." P. Hadot

martes, 30 de abril de 2013

Interioridad



"Cuando mayor es la velocidad con que se mueven éstas (las máquinas), con mayor rapidez vive el hombre y mayor es el tributo de tensión nerviosa que le hace a la máquina. La cultura, las horas libres, en realidad la vida toda, se entretejen tanto con las máquinas que el hombre en sí puede empobrecerse interiormente. El individuo está, poco más o menos, en la posición del salvaje que hace un ídolo y luego se pone a su servicio. Para Gandhi, la mecanización o cualquier otra forma de progreso no era un fin en sí misma; juzgaba los progresos materiales por su efecto moral o espiritual sobre los seres humanos. El individuo era su preocupación principal. Y no juzgaba a los individuos por lo que tenían sino por lo que eran; no por sus bienes sino por su personalidad; no por su fortuna, sino por su riqueza interior. Su individualismo era el del mérito, no el de la riqueza. La industrialización hacía a los hombres ricos, pero...¿los hacía hombres? (...)
Observando el mundo, identificaba la industrialización con el materialismo y temía que ambos fuesen amenazas para el desarrollo del hombre. Su fe y su defensa del individuo hacían de él, naturalmente, un anticomunista, pero consideraba al comunismo el producto final de un proceso que corroe también a los países no comunistas y, por ello, la actitud que hacía de él un adversario del régimen soviético lo inducía también a criticar a la civilización occidental; entre ambos, sólo veía una diferencia de grado y no de especie.
'El bolchevismo', afirmó Gandhi, 'es el resultado necesario de la civilización materialista moderna. Su insensato culto de la materia ha hecho nacer una escuela que ha sido educada para considerar el progreso materialista como objetivo de la vida y ha perdido el contacto con las cosas finales de la vida...'"

Gandhi, de Louis Fischer. 

sábado, 20 de abril de 2013

NUEVA PRESENTACIÓN DE "UN CIELO INHÓSPITO"

Viernes 26 de abril, 18.30 horas

Presentación de libros en la Biblioteca de Morón (Brown 763)




Este viernes, estaré presentando la novela en la Biblioteca Municipal, junto a más autores del oeste. Un lugar apropiado para conocer nuevas obras y escuchar a sus autores reflexionar sobre las mismas.

"Luego, saboreando un nuevo mate, se sorprendió recordando a sus padres. Ellos eran el deber escolar, cierto, el estudio como el primer mandamiento reconocible en su memoria. Del buen desempeño en aquella área dependía todo lo otro: las concesiones y los castigos, los premios y las amonestaciones. Pero la escuela en su casa eran también los preparativos al despunte del amanecer, esa mañana desordenada entre la yerba y la ceniza, entre mate lavado y humo, dentro de un pantalón gris, frente a un espejo incómodo. Ahí se veía parado otra vez, con los cosméticos maternos desperdigados en la cocina a las seis de la mañana, repitiéndose en el eco lejano de su propio ser. Era extraño. No sentía ningún deber hacia aquel mandato familiar, y sin embargo un remordimiento se le retorcía en el vientre como un ojo cenital que lo custodiaba inmóvil, mientras cabeza abajo miraba un par de zapatillas sucias y deshilachadas, y el Ruso terminaba de decir algo que no se entendía bien.
La escuela era también Ella, y Ella era lo que él no tenía, lo que él no era frustrándose en u círculo perverso y acerino. Soy una mierda, pensó, y tuvo la irónica sensación de que todos tenían algo de razón menos él."


Fragmento de Un cielo inhóspito.

miércoles, 10 de abril de 2013

A la deriva



"-Bueno; esto se pone feo... -murmuró entonces, mirando su pie lívido y ya con lustre gangrenoso. Sobre la honda ligadura del pañuelo, la carne desbordaba como una monstruosa morcilla.
Los dolores fulgurantes se sucedían en continuos relámpagos, y llegaban ahora a la ingle. La atroz sequedad de garganta que el aliento parecía caldear más, aumentaba a la par. Cuando pretendió incorporarse, un fulminante vómito lo mantuvo medio minuto con la frente apoyada en la rueda de palo.
Pero el hombre no quería morir, y descendiendo hasta la costa subió a su canoa. Sentóse en la popa y comenzó a palear hasta el centro del Paraná. Allí la corriente del río, que en las inmediaciones del Iguazú corre seis millas, lo llevaría antes de cinco horas a Tacurú-Pucú.
El hombre, con sombría energía, pudo efectivamente llegar hasta el medio del río; pero allí sus manos dormidas dejaron caer la pala en la canoa, y tras un nuevo vómito -de sangre esta vez-, dirigió una mirada al sol que ya trasponía el monte.
(...)
El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas bordeadas de negros bloques de basalto asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, detrás, siempre la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única."

Fragmento del cuento A la deriva, de Horacio Quiroga.

viernes, 5 de abril de 2013

Invocaciones




¡Oh, tú en cien tronos 
Afrodita reina,
hija de Zeus, inmortal,
dolosa:
no me acongojes con
pesar y sexo
ruégote, Cipria!

Antes acude como 
en otros días,
mi voz oyendo y mi
encendido ruego;
por mi dejaste la del padre
Zeus
alta morada.

El áureo carro que veloces
llevan
lindos gorriones,
sacudiendo el ala,
al negro suelo, desde el
éter puro
Raudo bajaba.

Y tú, ¡oh, dichosa! en tu
inmortal semblante
te sonreías: ¿Para qué
me llamas?
¿Cuál es tu anhelo? ¿Qué
padeces ahora?
-me preguntabas-

¿Arde de nuevo el corazón 
inquieto?
¿A quién pretendes 
enredar en suave
lazo de amores? ¿Quién
tu red evita,
mísera Safo?

Que si te huye, tornará a
tus brazos,
y más propicio ofrecérate
dones,
y cuando esquives el
ardiente beso,
querrá besarte.

Ven, pues, ¡Oh Diosa! y
mis anhelos cumple,
liberta el alma de su dura
pena;
cual protectora, en la
batalla lidia
siempre a mi lado.

Safo de Mitilene.
                                                 

domingo, 31 de marzo de 2013

Buscamos...



Buscamos
cada noche
con esfuerzo
entre tierras pesadas y asfixiantes
ese liviano pájaro de luz
que arde y se nos escapa
en un gemido.

Idea Vilariño.

martes, 19 de marzo de 2013

Prisiones



"Muchas veces se ha dicho que la vida del hombre es un sueño. A mí también me acompaña esa sensación. Mas cuando compruebo los límites que se le han impuesto a la fuerza creadora e investigadora del ser humano, que todos sus esfuerzos tienden a satisfacer necesidades sin otra función que la de prolongar nuestra pobre existencia, y, luego, que todo el sosiego que existe en determinados aspectos de la investigación no es más que una ilusa resignación en la que pintamos coloridas figuras y luminosas perspectivas sobre las paredes que nos aprisionan, todo esto, Wilhelm, me enmudece. (...)
Pero el otro, el que en su humildad reconoce hacia dónde lleva todo esto, el que ve qué bien se siente todo buen ciudadano al cuidar su jardín, que transforma en su paraíso, y cómo el infeliz sigue imperturbable su marcha sufriendo bajo la carga que lleva, y todos se interesan por igual en ver, aunque tan sólo un minuto más, la luz de este sol, sí, ése se mantiene callado y va formando de sí mismo un mundo propio y feliz, por ser un hombre. Y después, por más prisionero que esté, en su corazón mantendrá siempre el dulce sentimiento de libertad y de que puede abandonar esta celda cuando quiera."

Fragmento de Las desventuras del joven Werther, de Johann Wolfgang von Goethe.

viernes, 15 de marzo de 2013

Feria de Libros


Tanto el sábado 16 como el domingo 17 de marzo, a partir de las 14hs, voy a estar junto a otros escritores participando de la Feria de Libros Independientes Autogestiva. En mi mesa habrá algunos ejemplares de Un cielo inhóspito, para quienes quieran tener uno.
Quedan invitados todos los que puedan acercarse para disfrutar de una jornada íntegramente cultural, ya que también habrá disponible un escenario abierto.

¡Nos vemos!

miércoles, 6 de marzo de 2013

Renovación



Bien. El blog está rediseñado, renovado. Y aprovechando esta circunstancia, que no deja de ser un cambio y un comienzo, les comparto el inicio de la novela, sus primeros dos párrafos.
En la columna derecha hay una breve (muy breve) semblanza personal, así como los datos necesarios para comprar el libro junto a un comentario de Rodolfo Alonso acerca de la novela, que integra la contratapa de la misma. Si les interesa, entonces, hay distintos medios de contacto.
Así transcurren las primeras palabras de Un cielo inhóspito:

"Lo primero era recordarla. Siempre fue lo primero. Y luego la televisión inundando la casa como un gas espeso; desde el umbral podía divisar su luz y sentir su sonido expandirse, estentóreo. De inmediato me descalcé, colgué el abrigo y fui hasta la cocina, donde hice algunos ruidos: dejé correr el agua, puse la pava en el fuego; choqué algunos cubiertos suavemente, como para acostumbrar al espectador a mi presencia. Fumé un cigarrillo. Luego di unos pasos lentamente, con la precaución de no quebrar el silencio de la madrugada. Avancé hasta el comedor y luego a lo largo de éste, hacia la zona del baño y las habitaciones. Sigilosamente me ubiqué a apenas unos centímetros de la entrada al cuarto. La luz seguía allí, como una usina. Dejé pasar unos segundos y concluí que era imposible que me divisaran desde dentro, puesto que la cabecera de la cama se encontraba contra la pared más lejana, en un ángulo inaccesible. Sin embargo, yo podía ver a través de la ventana cómo el viento sacudía el limonero y cómo la noche ocultaba el resto, cómo un cuerpo solitario debajo de la gruesa frazada parecía moverse inquieto.
Entonces me alejé inmediatamente, hacia la cocina, y luego hacia mi habitación."

Fragmento de Un cielo inhóspito. 

miércoles, 27 de febrero de 2013

Destino

Héctor se despide de Andrómaca. Joseph-Marie Vien, 1786.

"... y Andrómaca se detuvo cerca, derramando lágrimas;
le asió la mano, lo llamó con todos sus nombres y le dijo:
'¡Desdichado! Tu furia te perderá. Ni siquiera te apiadas
de tu tierno niño ni de mí, infortunada, que pronto viuda
de ti quedaré. Pues pronto te matarán los aqueos,
atacándote todos a la vez. Y para mí mejor sería,
si te pierdo, sumergirme bajo tierra.
Pues ya no habrá otro consuelo, cuando cumplas tu hado,
sino sólo sufrimientos. (...)
Le dijo, a su vez, el alto Héctor, de tremolante penacho:
'También a mí me preocupa todo eso, mujer; pero tremenda
vergüenza me dan los troyanos y troyanas, de rozagantes mantos,
si como un cobarde trato de escabullirme lejos de combate.
También me lo impide el ánimo, pues he aprendido a ser valiente
en todo momento y a luchar entre los primeros troyanos,
tratando de ganar gloria para mi padre y para mí mismo.
Bien sé yo esto en mi mente y en mi ánimo:
habrá un día en que seguramente perezca la sacra Ilio,
y Príamo y la hueste de Príamo, el de buena lanza de fresno.
Mas no me importa tanto el dolor de los troyanos en el futuro
ni el de la propia Hécuba ni el del soberano Príamo
ni el de mis hermanos, que, muchos y valerosos,
puede que caigan en el polvo bajo los enemigos,
como el tuyo, cuando uno de los aqueos, de broncíneas túnicas,
te lleve envuelta en lágrimas y te prive del día de la libertad;
y quizá en Argos tejas la tela por encargo de una extraña
y quizá vayas por agua a la fuente Meseide o a la Hiperea
obligada a muchas penas, y puede que te acose feroz necesidad.
Y alguna vez quizá alguien diga al verte derramar lágrimas:
-Ésta es la mujer de Héctor, el que descollaba en la lucha sobre
los troyanos, domadores de caballos, cuando se batían por Ilio.
Así dirá alguien alguna vez, y tú sentirás un renovado dolor
por la falta del marido que te proteja del día de la esclavitud.
Mas ojalá que un montón de tierra me oculte, ya muerto,
antes de oír tu grito y ver cómo te arrastran.'
Tras hablar así, el preclaro Héctor se estiró hacia su hijo.
Y el niño hacia el regazo de la nodriza, de bello ceñidor,
retrocedió con un grito, asustado del aspecto de su padre.
Lo intimidaron el bronce y el penacho de crines de caballo,
al verlo oscilar temiblemente desde la cima del casco.
Y se hechó a reír su padre, y también su augusta madre.
Entonces el esclarecido Héctor se quitó el casco de la cabeza
y lo depositó, resplandeciente, sobre el suelo.
Después, tras besar a su hijo y mecerlo en los brazos,
dijo elevando una plegaria a Zeus y los demás dioses:
'¡Zeus y demás dioses! Concededme que este niño mío
llegue a ser como yo, sobresaliente entre los troyanos,
igual de valeroso en fuerza y rey con poder soberano en Ilio.
Que alguna vez uno diga de él: -Es mucho mejor que su padre-,
al regresar del combate. Y que traiga ensangrentados despojos
del enemigo muerto y que a su madre le alegre el corazón.'
Tras hablar así, en los brazos de su esposa puso
a su hijo, y ésta lo acogió en su fragante regazo,
entre lágrimas riendo."


martes, 12 de febrero de 2013

Miedo



"Estoy acostado en mi cama, en mi quinto piso, y mi día que nadie interrumpe es como un reloj sin manillas. Igual que una cosa mucho tiempo perdida, se vuelve a encontrar una mañana en su sitio, cuidada y buena, casi más nueva que el día de la pérdida, como si hubiese estado confiada al cuidado de alguien, igualmente se encuentran dispersos sobre la colcha de mi cama cosas perdidas de mi infancia que son como nuevas. Todos los miedos olvidados están aquí de nuevo. El miedo de que un hilito de lana que sale del dobladillo de la colcha sea duro, duro y agudo como una aguja de acero; el miedo de que este botón pequeño de mi camisa de noche sea más grande que mi cabeza, más grande y más pesado; el miedo de que esta miguita de pan sea de vidrio cuando toque el suelo y se quiebre, y la inquietud pesada de que al mismo tiempo se rompa todo, que se rompa todo para siempre; el miedo de que ese borde desgarrado de una carta abierta sea un objeto prohibido, un objeto indeciblemente precioso para el que ningún lugar de la habitación sea bastante seguro; el miedo de tragar, si me dormía, el trozo de carbón que está ahí ante la estufa; el miedo de que una cifra cualquiera pueda comenzar a crecer en mi cerebro hasta que no quede en mí sitio para ella; el miedo de que mi cama sea de granito, de granito gris; el miedo de gritar y que acudan a mi puerta y que terminen derribándola; el miedo de traicionarme y de decir todo de lo que tengo miedo, y el miedo de no poder decir anda, porque todo es indecible, y los otros miedos..., los miedos.
He rezado para volver a encontrar mi infancia, y ha vuelto, y siento que aún está dura como antes, y que no me ha servido de nada envejecer."

Fragmento de Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, de Rainer Maria Rilke.