miércoles, 28 de mayo de 2014

Un cielo inhóspito

Un comentario sobre la novela en el número de abril de la revista Güarnin!, por Guillermo Villani.



Algunos dicen que sólo en las tormentas se pierde la vaciedad de estas llanuras; sobre las que se levantan edificaciones, estructuras, deberes para el ser. Las tormentas arremeten un vértigo latente y real que la cotidianeidad niega en la construcción de una supuesta seguridad –un sostén que deja entrever fácilmente su inestabilidad. Ese espacio de indecisiones y debilidades es inhóspito.

La de Fernando Vega es una novela que parece sumergirse en ese preciso lugar. El conurbano, el transcurso del tiempo y las pasiones de sus personajes, parecen marcarle el paso. Su prosa es paciente y sólida, fragmentos que construyen una historia contada por necesidad.

“Es que somos tanto / tan complejos / tan llenos de cosas y de gente / tan contradictorios / tan absurdos y tristemente poéticos / atando cabos inútilmente / en la oscuridad (…) Buscamos los mimos signos / en cualquier cosa / que nos deje satisfechos / haciéndonos sentir que, después de todo / las cosas van bien / aunque no vayan bien / porque estamos absolutamente desesperados  / desbordándonos (…)”

El texto se alimenta de la extensión vasta de la especulación y de la obsesión. Resulta un tejido de círculos concéntricos donde en cualquier momento la atmósfera puede ser quebrada por el peso del silencio o del impulso.
Iván, su personaje principal, conforma una voz extremadamente individual que estructura el relato, dando lengua a su propia soledad. Entonces, toda relación parece inestable por habitar más el anhelo y la memoria que el acto y el vínculo.

“Retazos de nubes como jirones de cabellos, filas incontables de transeúntes yendo hacia ningún lugar. La vida es un poco eso, grandes bocanadas de humo esparciéndose en el espacio: son como anillos, nacen y se desvanecen, equívocos.”

Un cielo inhóspito es un juego entre el lenguaje, el deseo, y el lugar habitado; establecido en la tensión propia de quien espera.


viernes, 16 de mayo de 2014

Futuro

«Estoy destinado a este recuerdo, siempre, no te enojes por lo que no puedo evitar, Edith, yo no elegí mi vida. La oscuridad favorece estos regresos, el insomnio, las madrugadas siempre rompen en silencios que entremezclan la verdad, el sueño y la memoria. Ellos creen que duermo bien y así evito las pastillas. No me engañan, hablan a escondidas en los pasillos, murmuran mientras creen que descanso… No me importa. No me importa despertar en la noche y observar el contorno borroso de mis sueños, las heridas que recrean el pasado. No quiero evitar más nada, esperar más nada, ni postergar… Quiero tomarlo todo ahora en mi mano, Edith, tomarlo todo de una vez para saber por fin qué es lo real y definitivo. Estamos condenados a estas medias tintas, a navegar a siempre la deriva, siempre sin tierra, sin norte… ¿Cuál es nuestro día, el que continuamente se anuncia? ¿Dónde se disuelve esta importancia que vanamente nos adjudicamos? Ahora que espero en duermevela, en lo oscuro, ansío esa luz: la del día que me abrace para decirme que se ha ido, que por fin ha concluido y ya podemos descansar. Ya es casi jueves en la mañana… Sí, Edith. Descansar de este peso que sin embargo vos resististe y cargaste, como un legado ajeno, lo tomaste y lo llevaste, a pesar de todo juraste no dejarme y lo hiciste...»