Algunos dicen que sólo en las tormentas se pierde la vaciedad de estas llanuras; sobre las que se levantan edificaciones, estructuras, deberes para el ser. Las tormentas arremeten un vértigo latente y real que la cotidianeidad niega en la construcción de una supuesta seguridad –un sostén que deja entrever fácilmente su inestabilidad. Ese espacio de indecisiones y debilidades es inhóspito.
La de Fernando Vega es una novela que parece sumergirse en ese preciso lugar. El conurbano, el transcurso del tiempo y las pasiones de sus personajes, parecen marcarle el paso. Su prosa es paciente y sólida, fragmentos que construyen una historia contada por necesidad.
“Es que somos tanto / tan complejos / tan llenos de cosas y de gente / tan contradictorios / tan absurdos y tristemente poéticos / atando cabos inútilmente / en la oscuridad (…) Buscamos los mimos signos / en cualquier cosa / que nos deje satisfechos / haciéndonos sentir que, después de todo / las cosas van bien / aunque no vayan bien / porque estamos absolutamente desesperados / desbordándonos (…)”
El texto se alimenta de la extensión vasta de la especulación y de la obsesión. Resulta un tejido de círculos concéntricos donde en cualquier momento la atmósfera puede ser quebrada por el peso del silencio o del impulso.
Iván, su personaje principal, conforma una voz extremadamente individual que estructura el relato, dando lengua a su propia soledad. Entonces, toda relación parece inestable por habitar más el anhelo y la memoria que el acto y el vínculo.
“Retazos de nubes como jirones de cabellos, filas incontables de transeúntes yendo hacia ningún lugar. La vida es un poco eso, grandes bocanadas de humo esparciéndose en el espacio: son como anillos, nacen y se desvanecen, equívocos.”
Un cielo inhóspito es un juego entre el lenguaje, el deseo, y el lugar habitado; establecido en la tensión propia de quien espera.
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