lunes, 29 de septiembre de 2014

Poesía mundial I

Muerte a la aurora (de Wole Soyinka)

Viajero, debes partir
A la aurora, enjuga tus pies sobre
La humedad de nariz perruna de la tierra

Deja que la aurora sosiegue tus lámparas. Y mira
Languidecer el ataque de las espinas ante la luz
Pies algodonosos para disolver en el azadón
Las lombrices tempranas
Ahora las sombras se extienden con debilidad
Ni muerte de la aurora ni triste postración
Esta suave charamusca, suaves engendros que desisten
Rápidos goces y recelos para un
Día desnudo. Barcos cargados se
Someten a la asamblea sin rostro de la niebla
Para despertar los mercados silenciosos -Veloces, mudas
Procesiones por grises desvíos… Sobre este
Cobertor, hubo
Súbito invierno a la muerte
Del solitario trompetero de la aurora. Cascadas
De blancos pedazos de pluma… pero ello decidió
Un rito banal. Conciliación salvajemente
Exitosa, primero
El pie derecho para el júbilo, el izquierdo para el pavor
Y la madre suplicaba, Hijo
Jamás camines
Cuando el camino aguarda, hambriento.
Viajero, debes proseguir
Al alba.
Te prometo prodigios de la santa hora
Presagios como el aleteo del gallo blanco
Perverso empalamiento -Como quien desafiara
Las iracundas alas del progreso del hombre…

Más, ¡semejante espectro! Hermano
Mudo en el sobresaltado abrazo de
Tu invención -Esta mueca de burla
Esta contorsión cerrada – ¿Soy yo?

El camino no elegido (de Robert Frost)

Dos caminos se bifurcaban en un bosque amarillo,
Y apenado por no poder tomar los dos
Siendo un viajero solo, largo tiempo estuve de pie
Mirando uno de ellos tan lejos como pude,
Hasta donde se perdía en la espesura;

Entonces tomé el otro, imparcialmente,
Y habiendo tenido quizás la elección acertada,
Pues era tupido y requería uso;
Aunque en cuanto a lo que vi allí
Hubiera elegido cualquiera de los dos.

Y ambos esa mañana yacían igualmente,
¡Oh, había guardado aquel primero para otro día!
Aun sabiendo el modo en que las cosas siguen adelante,
Dudé si debía haber regresado sobre mis pasos.

Debo estar diciendo esto con un suspiro
De aquí a la eternidad:
Dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo,
Yo tomé el menos transitado,
Y eso hizo toda la diferencia.

San Martín del Carso (de Giuseppe Ungaretti)

(Valloncello dell' Albero Isolato a 27 agosto de 1916)

De estas casas
no ha quedado
más que algún
pedazo de muro

De tantos
a quienes estaba unido
no ha quedado
ni siquiera eso

Pero en el corazón
ninguna cruz falta

Mi corazón
es el país más desvastado.

jueves, 18 de septiembre de 2014

Monte

«Miedo: cierro la puerta. El miedo es un perro hambriento en mis sienes, sobre mi frente, en el vértice húmedo de mi boca. Miedo: eso es lo que habita esta hora hostil de la madrugada en que mis pasos se clavan como agujas en la noche, como finas trémulas agujas que atraviesan la tierra fría del rancho. Ahora, los oigo llegar ahora, dando alaridos y gruñidos contagiosos, animales: están allí en este momento, amontonándose fuera, bullendo sus ladridos como un hervidero, pululando entre dientes hundidos por secreciones rabiosas… Resistiré. Esperaré aquí dentro mientras ellos estén rastreando fuera todo hasta el hartazgo, incansables, no se detendrán hasta haber revisado cada rincón… Camino un poco más, me desplomo ahora contra el único muro de barro en este rancho que se hunde en el monte, incrustado de piedras con la forma que le dieron mis manos y que ahora siente mi sudor frío juntarse con su frío, sostiene mi cuerpo de nervio con su rigidez. Cierro los ojos en señal de agradecimiento, al menos por un instante... ¿Cuánto, cuánto hay que recorrer para dar, para alcanzar? ¿Cuánto cuesta un regreso, descender del miedo con el machete en la mano, entre ramas y raíces que cierran el camino como telarañas?»