EN LA RUTA
Andábamos por la
ruta en plena noche, y el frío se colaba por los agujeros del suelo. Papá
manejaba mirando fijo el camino, y cuando se producía un silencio muy largo, me
pedía que le diera charla para no dormirse. Yo cumplía lo mejor posible, aunque
sabía que los temas de conversación de un chico son aburridos para los adultos.
Por eso más que nada le pedía que me contase historias de antes, de cuando era
joven y vivían con mamá en una cocina y un baño, como solía decir él, en los
tiempos en que yo no había nacido.
Esa noche me contó del
día en que casi le pega a tío Esteban, todo porque el tío había sacado no sé
bien qué cosas del negocio sin pedir permiso. Aquella vez papá se había enojado
mucho, y en sus palabras el tío había querido cagarlo, ni más ni menos. De
hecho, le hubiera pegado si no fuese por tía Maruca, que los separó y los hizo
entrar en razón. La verdad era que el tío se lo merecía, pero también era
cierto que pegándole papá no iba a arreglar nada, y que mamá hubiera hecho un
escándalo de aquellos.
Me gusta hacer los
viajes de noche con papá. Hace poco aprendí a cebar mate y entonces le cebo
mientras andamos, y aunque a veces vuelco un poco de agua o de yerba papá me
dice que está bien, que el tapizado igual está viejo y va a haber que cambiarlo.
Cuando no estoy cebando ni estamos charlando me entretengo mirando las luces a
los costados de la ruta, que pasan como si fueran estrellas fugaces, y parece
que se movieran. Y si es una parte donde no hay luces y está oscuro, igual me
quedo mirando el campo a los costados y las sombras de los árboles que se ven a
lo lejos. A veces incluso me imagino a mí mismo ahí afuera, solo metido en
medio de los pastos altos hasta que me da un miedo terrible, y entonces trato
de pensar en otra cosa o de decirle algo a papá para distraerme.
De todas formas, lo
más lindo de viajar es ver los animales por la ventana, que casi siempre están
juntos y comiendo el pasto. Papá dice que a veces se pierden y se cruzan en la
ruta, y entonces es peligroso para todos porque si los chocás se pueden morir,
e incluso puede que nosotros también.
Hace poco, cuando
murió el abuelo, mamá vino y me dijo que él estaba bien, que se había ido al
cielo y que si algún día le quería decir algo, podía decírselo a ella para que
se lo cuente. Por ahora no le dije nada, la verdad es que no estoy seguro de
qué decirle, ni tampoco de cómo hace ella para hablar con él. Lo que sí hago a
veces es mirar para arriba y pensar dónde estará en medio de todo ese cielo,
que aunque parece que está cerca, ya aprendí que está lejísimo.