martes, 31 de diciembre de 2013

Diario de un mal año




"Anoche releí el quinto capítulo de la segunda parte de Los hermanos Karamazov, el capítulo en el que Ivan devuelve su boleto de admisión al universo que dios ha creado, y me eché a llorar de modo incontrolable. He leído estas páginas innumerables veces, y sin embargo, en vez de estar inmunizado contra su fuerza, cada vez soy más vulnerable a ella. ¿Por qué? (...) Mucho más poderosos que el contenido de su argumento, que no es fuerte, son los acentos de angustia, la angustia personal de un alma incapaz de soportar los horrores de este mundo. Es la voz de Iván, tal como la presenta Dostoievski, no su razonamiento, lo que me emociona.(...) incluso mientras uno pregunta, desconcertado, cómo es posible que un cristiano, Dostoievski, un seguidor de Cristo, pudo permitirle a Iván unas palabras tan poderosas... incluso en medio de todo esto hay suficiente espacio para pensar también: ¡Bendito sea! ¡Por fin lo veo ante mí, la batalla que se libra en lo más alto! Si a alguien (a Aliosha, por ejemplo) le es concedido vencer a Iván, mediante la palabra o el ejemplo, ¡entonces realmente la palabra de Cristo quedará confirmada por siempre! Y, por lo tanto, uno piensa: Slava, Fedor Mijailovich! ¡Que tu nombre resuene eternamente en la galería de los personajes famosos!
Y uno también le está agradecido a Rusia, a la Madre Rusia, por presentarnos con tan indiscutible certidumbre, los niveles hacia los que todo novelista serio debe esforzarse, incluso sin la menor posibilidad de alcanzarlos: el nivel del maestro Tolstoi por un lado y el del maestro Dostoievski por el otro. Siguiendo su ejemplo uno se convierte en mejor artista. Aniquilan tus pretensiones más impuras; te aclaran la visión; fortalecen tu brazo."

Fragmento de Diario de un mal año, de J. M. Coetzee.

"Pero no hablé de las lágrimas de los hombres que inundan la tierra porque no terminaría más. Te confieso humildemente que no comprendo la razón de estas cosas. Y la culpa es exclusivamente de los hombres. Tuvieron a su alcance el paraíso y, además, quisieron la libertad a sabiendas que los haría desgraciados. Por lo tanto, no merecen ninguna compasión. Mi humilde entendimiento terrenal sólo me habilita a comprender que existe el dolor, que no hay culpables, que todo está relacionado, que todo pasa y encuentra su equilibrio. Éstas son las perogrulladas de Euclides y yo no puedo vivir basándome en ellas. ¿Para qué me sirve todo esto, al fin y al cabo? Necesito una compensación, si no, me voy a destruir a mí mismo. Y no cualquier compensación en algún lugar, en el infinito: quiero una justicia aquí abajo, que se pueda ver. Tuve fe, quiero ser testigo de este acto de justicia y si estoy muerto para entonces, quiero resucitar. Sería tristísimo que pasara esto y yo no me diera cuenta. No deseo que mi cuerpo, que sufre y es culpable, sólo sirva para construir una armonía futura que va a beneficiar a no sé quién. Quiero ver con estos ojos al ciervo durmiendo junto al león, a la víctima besando a su asesino. En este deseo se fundan todas las religiones y yo tengo fe. Yo quiero estar cuando se anuncie el porqué de todas las cosas."

Fragmento de Los hermanos Karamazov, de Fedor Dostoievski.

sábado, 14 de diciembre de 2013

Residencia en la tierra



NO HAY OLVIDO (SONATA)

Si me preguntáis en dónde he estado
debo decir “Sucede”.
Debo de hablar del suelo que oscurecen las piedras,
del río que durando se destruye:
no sé sino las cosas que los pájaros pierden,
el mar dejado atrás, o mi hermana llorando.
Por qué tantas regiones, por qué un día
se junta con un día? Por qué una negra noche
se acumula en la boca? Por qué muertos?

Si me preguntáis de dónde vengo, tengo que conversar con
      cosas rotas,
con utensilios demasiado amargos,
con grandes bestias a menudo podridas
y con mi acongojado corazón.

No son recuerdos los que se han cruzado
ni es la paloma amarillenta que duerme en el olvido,
sino caras con lágrimas,
dedos en la garganta,
y lo que se desploma de las hojas:
la oscuridad de un día transcurrido,
de un día alimentado con nuestra triste sangre.

He aquí violetas, golondrinas,
todo cuanto nos gusta y aparece
en las dulces tarjetas de larga cola
por donde se pasean el tiempo y la dulzura.

Pero no penetremos más allá de esos dientes,
no mordamos las cáscaras que el silencio acumula,
porque no sé qué contestar:
hay tantos muertos,
y tantos malecones que el sol rojo partía,
y tantas cabezas que golpean los buques,
y tantas manos que han encerrado besos,
y tantas cosas que quiero olvidar.

De Residencia en la tierra, de Pablo Neruda.