miércoles, 29 de junio de 2011

Noche



Y cuando caiga la noche
(la otra noche
la de mis ojos negros y vacíos)
y esta fantasía haya terminado

Cuando no haya más preguntas
sumido en trance oscuro, atravesado
tantas veces visto como en sueños
tan temido, tan pensado

Cuando, como una estancia sorda
y negra en el fondo del mar habite
que nadie conoce, que nadie
ha visto con sus propios ojos

Cuando se acaben los días
y las noches
este canto de grillos
sin respuesta

Fantasía y realidad
acabarán confundidos
y habrá consuelo
por fin hallado

¿Habrá?

miércoles, 22 de junio de 2011

Revolución burguesa

La vida en el campo, de Ambrogio Lorenzetti.

"Por muy ineficaz y opresivo que el viejo sistema tradicional hubiera sido, también era un sistema de considerable seguridad económica y social en el más bajo nivel; sin mencionar que estaba consagrado por la costumbre y la tradición. Las hambres periódicas, el exceso de trabajo que hacía viejos a los hombres a los cuarenta años y a las mujeres a los treinta, eran obra de Dios; sólo se convertían en obras de las que pudiera considerarse responsables a los hombres en épocas de dureza anormal o de revolución. Desde el punto de vista del campesino, la revolución legal no le daba más que derechos legales, pero le tomaba mucho. Así, la emancipación en Prusia le concedía los dos tercios o la mitad de la tierra que ya habían cultivado y le liberaba del trabajo forzoso y otros tributos, pero le privaba en cambio del derecho a la ayuda del señor en tiempos de mala cosecha o plagas del ganado; del derecho a cortar o comprar barata la leña en el bosque del señor; del derecho a la ayuda del señor para reparar o construir su casa; del derecho, en caso de extrema pobreza, a pedir la ayuda del señor para pagar los impuestos; del derecho a que sus animales pastaran en el bosque del señor. Para el campesino pobre, esto parecía un contrato casi leonino. (...)
El mercado libre de la tierra significaba que, probablemente, tuvieran que vender las suyas; la creación de una clase de empresarios rurales suponía que los más audaces y los más listos los explotarían en vez -o además- de los antiguos señores. Al mismo tiempo, la introducción del liberalismo en la tierra era como una especie de bombardeo silencioso que conmovía la estructura social en la que siempre habían vivido y no dejaba en su sitio más que a los ricos: una soledad llamada libertad."

Fragmento de La era de la revolución 1789-1848, de Eric Hobsbawm.

domingo, 12 de junio de 2011

Reportaje



"- Me encantaría pudiese contestarme algunas preguntas: ¿qué opina del boom latinoamericano? ¿cree usted que el escritor debe estar comprometido? ¿qué consejos daría a un escritor que se inicia? ¿a qué horas escribe? ¿prefiere los días de sol o los nublados? ¿se identifica con sus personajes? ¿escribe sus propias experiencias o inventa? ¿qué piensa de Borges? ¿debe tener el artista una libertad total? ¿son beneficiosos los congresos de escritores? ¿cómo definiría su estilo? ¿qué piensa de la vanguardia?
- Vea, amigo, dejémonos de tonterías y de una vez por todas digamos la verdad. Pero, eso sí: toda la verdad. Quiero decir, hablemos de catedrales y prostíbulos, de esperanzas y campos de concentración. Yo, por lo menos, no estoy para bromas,
porque me voy a morir.
El que sea inmortal que se permita el lujo
de seguir diciendo pavadas.
Yo no: tengo los días contados (pero qué hombre, amigo periodista, no tiene los días contados, dígame: con la mano sobre el corazón)
y quiero hacer un balance
para ver qué queda de todo eso
(mandrágoras o escribanos)
y si es cierto que los dioses son más valederos
que los gusanos
que pronto han de engordar con mis despojos.
Yo no sé, no se nada (para qué lo voy a engañar), no soy tan arrogante ni tan tonto
como para proclamar la superioridad de los gusanos.
(Quede eso para ateos de barrio).

lunes, 6 de junio de 2011

Días

El anciano de los días, de William Blake


El Ángel


¡Soñé un sueño! ¿Qué querrá decir?
Yo era una reina virgen
custodiada por un dulce ángel;
¡la necia aflicción no me daba alegría!

Y lloraba en la noche y en el día
y él enjugaba mis lágrimas
y lloraba en el día y en la noche
y le ocultaba los placeres de mi alma.

Hasta que mi ángel recogió sus alas y se fue;
después, se sonrojó la mañana,
sequé mi llanto y pertreché mis miedos
con diez mil escudos y lanzas.

Muy pronto, mi ángel regresó.
Yo estaba protegida, él vino en vano.
Porque la juventud se había marchado
y a mi cabeza la blanqueaban canas.

Poema incluido en Cantos de la experiencia, de William Blake.