viernes, 7 de junio de 2013

Planes



"Comprendí que debía alejarme un tiempo, pero a la vez era algo inevitable acercarme, buscar señales como un náufrago en el cielo. Una y otra vez la llamaba o caminaba por Belgrano en su furtiva búsqueda, subía desde Irigoyen pasando por Ortiz de Rosas, Mariano Moreno, Entre Ríos. Caminaba a la hora del crepúsculo de sur a norte, disimulando pesadamente en cada esquina, soplando en el hueco de mis manos entrelazadas para calentarme del primer fresco nocturno. Cedía lánguidamente a mis arrebatos, aún cuando supiera perfectamente que lo mejor era otra cosa: un decantar del tiempo, una espera paciente. ¿Una espera, sí, pero una espera de qué? Me era tan difícil obviarla, comenzar cualquier cosa por más insignificante que fuera sin caer en mis frágiles evocaciones… En ese círculo vicioso, sin embargo, hallaba también una virtud. Puesto que de la reflexión había obtenido un fruto: el contacto que perduraba aún entre ambos, ya alejados de la rutina escolar. Esos encuentros esporádicos trabajados como una fina arquitectura.
Y así una semana, dos, largas horas en las que me costaba conciliar el sueño, sumergido en un libro o en el ajedrez, salpicando posiciones inánimes como una roca. Había descubierto la infinidad de pequeños sonidos nocturnos que se suceden mientras descansamos. Desgastado por mis circunloquios, padecía cada noche como una penitencia y cada amanecer como un justo castigo. Durante el día deambulaba ojeroso y redundante: preso de mi obsesión, vagabundo de mi cuarto, asaltante de mi cama. Y sin declinar nunca mi ronda crepuscular, renovaba la esperanza de interceptarla cada atardecer, camino a la parada del colectivo."

Fragmento de Un cielo inhóspito. 

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