viernes, 30 de marzo de 2012

Compasión

El convaleciente, Charles Duran, 1860.

"Una vez, sin fuerzas para ponerse los pantalones al levantarse del bacín, Iván Ilich se desplomó en una butaca y quedó contemplando con horror sus muslos desnudos, consumidos, con los músculos muy marcados.
En esto entró Guerasim -con sus botas recias, que despedían un agradable olor a betún-, con paso ligero y firme, con un limpio mandil y una limpia camisa arremangada, que dejaba al aire sus brazos robustos de hombre joven. Se acercó al bacín sin mirar a Iván Ilich y refrenando, evidentemente, la alegría de vivir que resplandecía en su rostro para no ofuscar al enfermo.
- Guerasim... -dijo Iván Ilich con voz débil.
El criado se sobresaltó, temeroso sin duda de haber hecho algo mal, y volvió hacia el enfermo su cara fresca, bonachona, sencilla y joven, en la que empezaba a despuntar la barba.
- Mándeme.
- Me figuro que esto te resultará desagradable. Perdona, pero yo no puedo...
-¡No faltaba más! -Y Guerasim le miró con unos ojos brillantes y unos dientes blancos y jóvenes-. ¿Por qué no iba a hacerlo? Usted está enfermo.
Hizo lo que solía hacer, con manos fuertes y diestras, se retiró y a los cinco minutos volvió a entrar, pisando tan ligeramente como se había marchado. Iván Ilich continuaba sentado en el sillón.
- Guerasim -dijo cuando éste hubo dejado en su sitio el bacín limpio y fregado-: levántame un poco. Yo solo no puedo, y he mandado fuera a Dimitri.
Guerasim se acercó y, con la misma ligereza con la que caminaba, levantó ágil y suavemente a Iván Ilich, le sostuvo con una mano, subió el pantalón con la otra y quiso sentarle de nuevo, pero Iván Ilich le pidió que lo llevara al diván. Guerasim obedeció y, sin el menor esfuerzo, como si no pesara nada, le llevó casi en vilo hasta el diván y le ayudó a acomodarse.
- Gracias. Con qué destreza, qué bien... lo haces todo.
Guerasim sonrió de nuevo y se iba a retirar, pero Iván Ilich se encontraba tan a gusto con él, que no quería dejarle marchar.
- Mira, acércame esa silla, por favor. No; esa otra, pónmela debajo de los pies. Siento alivio cuando tengo los pies en alto.
Guerasim trajo la silla, sin dar ningún golpe, la colocó debajo y levantó las piernas de Iván Ilich hasta dejarlas como el enfermo quería. A Iván Ilich le pareció que sentía alivio mientras Guerasim le ponía los pies en alto.
- Me siento mejor cuando tengo los pies en alto -dijo-. Ponme aquel cojín debajo.
Guerasim hizo lo que le ordenaban. Volvió a levantarle los pies para ponerle debajo del cojín. Iván Ilich volvió a sentirse mejor mientras Guerasim le sostenía los pies. Cuando los apoyó, le pareció que estaba peor.
- Guerasim -preguntó-, ¿tienes algo que hacer?
- Nada, señor -contestó Guerasim, que entre la gente de la ciudad había aprendido a hablar a los señores.
- ¿Qué te queda por hacer?
- ¿Por hacer? Lo tengo todo hecho. Sólo me falta partir leña para mañana.
- Entonces, sosténme los pies en alto, ¿puedes?
- ¿Cómo no? Claro que sí. -Guerasim le levantó más los pies, y a Iván Ilich le pareció que en aquella postura no sentía el dolor en absoluto.
- Y la leña, ¿qué?
- No se preocupe usted. Ya la partiré."

Fragmento de La muerte de Iván Ilich, de León Tolstoi.

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