jueves, 25 de diciembre de 2014

Mares



«Ahora les describiré una batalla naval de tiempos lejanos.
Les diré quién fue el vencedor bajo la luz impasible de la luna.
No es una fábula.
Mi bisabuelo materno, el marino, me la refirió muchas veces.
Nuestro enemigo no dormía en su fragata (me decía).
Era un enemigo de coraje.
Ingleses duros y aguerridos como no he visto nunca ni pienso ver jamás.
Al caer la tarde comenzaron a batirnos.
Los abordamos.
Se enredaban las jarcias
y se tocaban casi las bocas de los cañones.
El capitán trincaba firme, con sus propias manos, como cualquier marinero.
Algunos disparos nos barrenaron bajo la línea de flotación.
Dos grandes cañones de nuestra batería de cubierta estallaron al romper el fuego,
y hechos pedazos volaron sobre nuestra cabeza los que estaban al lado.
Luchamos durante el crepúsculo
y luego en la sombra cerrada.
A las diez, surgió llena la luna.
Su luz nos advirtió que las vías de agua crecían y que se inundaba el barco.
El contramaestre libertó a los prisioneros de las bodegas para que se salvasen como pudieran.
Subieron a la cubierta.
Los centinelas daban el alto a los que se acercaban al polvorín
y viendo tantas caras extrañas no sabían de quién fiarse.
Comenzó a arder nuestra fragata y el enemigo nos gritó: ¡Ríndanse ya! ¡Arríen la bandera!
Yo reventé de risa cuando nuestro capitancito respondió: ¡No arriamos nada! ¡Ahora comenzamos nosotros!
Sólo nos quedaban tres cañones.
El propio capitán disparó uno y le desmochó el palo mayor al enemigo.
Los otros dos, cargados de metralla, derribaron la mosquetería y arrasaron la cubierta.
En las cofas y las de gavia, sobre todo, reforzaban el ataque de nuestra pequeña batería;
sostuvieron el fuego sin un momento de tregua.
Las bombas de agua era impotentes ya ante las brechas enormes que nos inundaban
y el incendio avanzaba hacia los polvorines;
un cañonazo reventó una bomba y todos creímos hundirnos.
El capitán no se inmutó,
su voz no se oyó ni más baja ni más alta, pero sus ojos nos alumbraron más que las linternas del combate.
Cerca de las doce, y bajo la luz de la luna, se rindió el enemigo.»

Walt Whitman, Canto a mí mismo.

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