«-Debemos volver -le dice.
-Enseguida. ¿Has leído el libro de Eugene Marais sobre el año que pasó observando a un grupo de babuinos? Dice que por la noche, cuando los monos dejaban de merodear y contemplaban la puesta de sol, detectaba en los ojos de los babuinos mayores los aguijonazos de la melancolía, el nacimiento de la conciencia incipiente de su mortalidad.
-¿Es en eso en lo que te hace pensar la puesta de sol?
-No, pero no puedo evitar que me recuerde la primera conversación que tuvimos tú y yo, la primera conversación significativa. Debíamos de tener seis años. No recuerdo las palabras exactas, pero sé que te estaba abriendo mi corazón, te lo contaba todo acerca de mí, todos mis anhelos y esperanzas. Y mientras tanto pensaba: "¡De modo que esto es lo que significa estar enamorado!". Porque, permíteme que te lo confiese, estaba enamorado de ti. Y desde aquel día, estar enamorado de una mujer ha significado para mí ser libre de decir todo lo que siento.
-Todo lo que sientes... ¿Qué tiene que ver eso con Eugene Marais?
-Sencillamente que comprendo en qué estaba pensando el viejo babuino macho mientras contemplaba la puesta de sol, el jefe del grupo, aquel del que Marais se sentía más próximo. "Nunca más -pensaba-. Una sola vida y entonces nunca más. Nunca, nunca, nunca. Eso es lo que también me hace el Karoo. Me llena de melancolía. Me inutiliza para la vida.
Ella aún no entiende qué tienen que ver los babuinos con el Karoo de su infancia, pero no va a admitirlo.
-Este lugar me desgarra el corazón -prosigue él-. Me lo desgarraba de niño, y desde entonces nunca he estado bien.»
J. M. Coetzee, Verano (Escenas de una vida de provincias III).
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