«Andábamos por la ruta en plena noche, y el frío se colaba por los agujeros del suelo. Papá manejaba mirando fijo el camino, y cuando se producía un silencio muy largo me pedía que le diera charla, para no dormirse. Yo trataba de hacerlo lo mejor posible, aunque sé que los temas de conversación de un chico son aburridos para los adultos. Por eso le pedía que me cuente historias de antes, de cuando era joven y vivían con mamá «en una cocina y un baño», como suele decir él, en los tiempos en que yo no había nacido.
Esa noche papá me contó cuando casi le pega a tío Roque, todo porque el tío había sacado mercadería del negocio sin pedir permiso (y no era la primera vez que lo hacía). Esa vez papá se enojó mucho porque el negocio era una sociedad, y entonces no era justo que uno hiciera sin consultar al otro. Yo no me acuerdo porque era muy chico, pero según dicen era un local de revestimientos. Nunca supe bien qué significa eso. Lo que es cierto es que papá le hubiera pegado a Roque si no fuese por tía Maruca, que por suerte los separó y los hizo entrar en razón. El tío se lo merecía, pero la verdad es que pegándole papá no iba a arreglar nada y mamá hubiera hecho un escándalo de aquéllos. De ahí en más el negocio se cerró y, como papá siempre dice: «Cada cual siguió su ruta».
Ahora estoy tan aburrido que se me da por recordar los viajes con papá, mientras espero junto a la ventana que se hagan las cuatro. Esa es la hora en que mamá se levanta de la siesta, y entonces ya va a faltar poco para salir a jugar con Ariel: me lo tiene prometido. Pero todavía queda un rato para que sea hora, y mientras tanto me aburro muchísimo porque yo nunca tengo sueño ni ganas de dormir la siesta, y entonces vengo a sentarme junto a la ventana, para terminar cuanto antes la tarea y salir a jugar pronto...»
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