sábado, 9 de mayo de 2015

Rastros

«Se esfuerza por ver, ahora, luego ya no, cierra los ojos, se deja invitar a ese mundo de corolas redondeadas y tallos espigados, a ese dibujo de brotes aromáticos que surgen de la tela como un vapor invisible. Lentamente: desliza sus manos en la tersura del algodón, acepta esa tierra clara y limpia zambulléndose, muy lentamente en la suavidad de los gladiolos, a través del tacto de sus antebrazos, sus brazos, adentrando el jardín con el pecho y las axilas, con su vientre. Se mantiene extasiado en el roce suave del tejido con su cuerpo, fresco contra sus muslos; le sorprende la lisura de los pétalos en sus pantorrillas, en el dorso de sus pies, en sus plantas; se sumerge en un mar de olores viejos, repartidos, recreados, este instante sólo para él, uno a uno: el sabor dulce de las amapolas, de la calma dormida entre su flor simple y amarilla; un aroma perfumado a limpio, inexplicable, suntuoso; el misterio de un olor femíneo, reminiscente, mezclado con la dejadez de la madera, de hortensias recién regadas y tierra fresca.»

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