«Del día quedan pasos como heridas en mi boca que ahúma. El sonido murmurante del río en mi pecho, siempre luminoso, siempre cristalino. Quisiera oír ahora su lengua primordial. Olvidar los gruñidos, la rabia, esta rabia de perros que mata… Verlo correr, arrastrar el turbulento limo de las sierras, abrirse un reflejo al cielo blanco del sol y bañar las piedras con su pecho. Mi propio cuerpo se abandona en mi memoria a la tibieza de la roca, sintiendo el calor rígido en mi espalda, el sol lábil en mi frente. Las piernas expuestas a una quemazón que dulcemente me domina.»
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